jueves, 25 de agosto de 2011

El machacante

-¿Ya sabes lo de Tere?
-¿Tere? ¿Qué le pasa?
-Se ha echado un machacante de tomo y lomo.
-¿Un machacante? ¿nuestra Tere?
-¡Un cachalote de mucho cuidado, un armario de tres puertas, cacho animal, Dios!
-Ja ja ja ¿Pero qué me dices? ¿tan bueno está?
-Lo que te diga.
-¡No lo puedo creer! ¿Pero desde cuándo?
-Lleva un mes con él.
-¿Lo has visto tú?
-Los vi de lejos y casi me caigo de culo; iba amarrada a él como una lapa, en la vida la he visto así con un tipo.
-¿Te lo presentó?
-Ca, si no se le ve el pelo. La llamé por teléfono para quedar y que me contara, pero me dijo riendo que estaba secuestrada en la cama.
-Estás de coña. ¿Dijo eso nuestra Tere? ¿La Tere que no salía los sábados porque tenía que chapar, la Tere que desde que aprobó las oposiciones sólo trabaja y trabaja?
-Sí sí... ahora trabaja en casa afilando la punta del lápiz.
-Ja ja ja, ¡pero por Dios! Dame detalles. ¿Dónde lo conoció, cuantos años tiene, en qué trabaja?
-Y yo que sé, pero el fulano quita el hipo, te digo que es un cachalote.
-Ay, Dios, que me digan donde venden  de ésos, que yo compro uno.
-Ja ja ja, ¡coño, y yo!
-Bah, seguro que no es para tanto, si no, no estaría con la Tere.
-Que sí, tía, que sí. Un cuerpazo que ni un bombero de ésos de calendario. Alto, fornido, unos bíceps y un trasero de quitar el hipo. Si todo está en consonancia, y hay que presuponerlo por las risas de Tere, debe ser el acabose.
-Pero ¿y de cara también es guapo?
-No está nada mal, aunque no pude vérsela con precisión porque se miraban como dos tortolitos.
-¿Y por qué no los abordaste?
-No pude, estaba parada en un semáforo y me cruzaron delante. Te juro que no daba crédito a lo que veía.
-Jopé, que suerte, yo quiero uno también, buaaaaaaa
-¿Te imaginas?
Henry Cavill
-Sí, un animalote de ésos con la cara de Henry Cavill.
-Sí, claro, o el propio Jonathan Rhys Meyers, no te jode...
-Ése también me sirve. De hecho, si tuviera que elegir entre los dos no sabría con cual quedarme.
-Ojalá tuvieras una lámpara.
-¿Eh?
-Le pedirías una fantasía.
-Me he perdido.
-Al genio, le pedirías una noche de pasión con los dos, menudo trío.
-¡Que guarra! Pero, ay, sí, me moriría de gusto ¿te imaginas? No creo que sobreviviera a eso. Yo entre el Cavill y el Rhys Meyers, Dios, sería el éxtasis celestial. No se puede sobrevivir a eso.
-Ja ja ja, ¡si pudieses verte la cara!
-¡Boh, y que la Tere esté beneficiándose a un Cavill, me muero, con lo monjil que era!
-Tere no era monjil, sosita a lo sumo.
-Monjil, que ponía mala cara cuando nos liábamos con un tipo.
-Pues ahora está haciendo un curso intensivo del arte del serrucho, del berbiquí y otros objetos punzantes.
-Ja ja ja
-Y con lo aplicada que es ella, seguro que saca matrícula de honor.
-Ja ja ja
-Horas intensivas, te lo digo yo.
-Ja ja ja
-La verdad es que me alegro por ella.
-Y yo, pero que me diga donde lo encontró, a ver si hay más.
-Estadísticamente es imposible que dos amigas tengan un cachimán cada una, así que olvídate.
-Bueno, tampoco somos tan amigas, ja ja ja
-Mal bicho, no reniegues ahora de ella.
-Ja ja ja. Vaya...
-Pues sí... En fin, ojalá le dure.
-¿Y eso?
-Ya sabes, un tipo así seguro que no es funcionario del Estado, precisamente.
-O dermatólogo, ya.
-Pues eso.
-Pero ¿qué pasa, es de fuera?
-Ni idea.
-Es que lo dices como cuando ves a una tipa fea con un  mulatazo cubano y piensas que le durará lo que el dinero.
-A los hechos me remito.
-Mujer, no siempre ocurre eso.
-Yo que sé, no me gustaría que la Tere lo pasara mal.
-Yo diría que lo está pasando muy bien.
-Ya me entiendes. Un tipo así no para en la misma estación mucho tiempo. Y Tere es más bien un apeadero.
-Un apeadero inteligente, con buen sueldo, piso propio y resultona, que ni que fuera un cardo borriquero.
-Ya me entiendes. Cuando a su edad, y sin apenas vida amorosa previa, te enamoras como una burra de un cachalote así, después no levantas cabeza. Tere no es como nosotras.
-¿Revenidas?
-¡Burra!
-Ya verás como no. Tere es muy lista. ¿Quien te dice que lo que ella estaba deseando no era un machacante y pasa de novios?
-No sé.
-Mira, ya era hora de tuviera un machacante y que supiera lo que es que no puedas ni sentarte.
-Ja ja ja, que animal eres.
-¿Acaso no?
-¡¡¡¡Ay!!!! Quiero un machacante ya, un cacho bestia que me folle todo el día, contra la nevera, sobre la lavadora, en el sofá, sobre la encimera de la cocina...
-Ja ja ja. En cualquier sitio menos un triste polvo sobre la cama, ¿no?
-Desde luego.
-Anda, no te deprimas, brindemos por nuestra Tere.
-Por la Tere y por su machacante desconocido, a ver si nos presenta a unos amiguitos que también sean del gremio del calendario sexy.
-Ja ja ja
-¡Por Tere y los machacantes!
Chin-Chín.

Uol Free

jueves, 18 de agosto de 2011

El espejo

        Ella se observaba en el gran espejo frontal. Debía concentrarse para controlar la respiración, espirar en el momento de mayor tensión, poco a poco; inspirar al echarse hacia atrás, controlar los abdominales, conseguir un vientre plano. Descanso. La verdad es que su abdomen estaba bastante duro y tenso, se dijo. El problema era su culo, su culo desparramado y bailón. Nada de esas bolas respingonas que estaban de moda ahora. Y entonces la miró. A ella, a la veinteañera de mechas rubias pulcras, mallas negras y body rosa. La pija que no sudaba ni se despeinaba; la niñata a la que el maquillaje no se le deshacía en churretones con el sudor. Se nacía así, estaba segura; era imposible que tras una hora de ejercicio duro, la pija no estuviera colorada, ni despeinada, y su maquillaje se mantuviese impoluto, su máscara de pestañas inalterable, su sombra de ojos  impecable. Era imposible, sólo las pijas flacas tenían esa capacidad. Ella sudaba, se le soltaban mechones de la coleta y ya ni llevaba los ojos pintados si no quería acabar pareciendo un cuadro expresionista. Suspiró. La pija no tenía culo, literalmente; espalda, cintura y trasero convergían en una línea recta que parecía dibujada con tiralíneas para continuar con los femorales, gemelos y rematar en los calcaños. Cuando llegaba al gimnasio con su pantaloncito vaquero de marca, éste parecía bailarle en el cuerpo. Sin embargo, ella se sentía una mujerona, con su estatura, su cintura marcada, su cadera potente, sus curvas, su culazo y sus muslos resistentes.  El vaquero se le pegaba al cuerpo como una segunda piel, le ceñía las rotundas caderas, le bailaba en la cintura. La profesora ordenó sentarse y con los codos estirar los aductores. A través del espejo la observaba, a ella, a la pija. Nunca sería como ella, por muy delgada que estuviese. Con esas uñitas siempre con la manicura recién hecha, la melena colocada, el labio repintado. Y sin embargo... y sin embargo ella amaba su cuerpo, juguetón, apasionado, contundente. Suspiró.  ¿Por qué a los hombres les gustaban esos cuerpos longilíneos? Desnuda, la pija daba grima, un esqueleto andante. Se le marcaban las costillas por delante y por detrás, se le hundía el vientre y se perdía en la zona de las ingles. Pero vestida le gustaba a los hombres, tan glamourosa. Claro que ellos no la veían en el vestuario, con el sujetador push up que elevaba unos senos diminutos; aunque la sorpresa fue aquella braga con relleno de glúteos. No podía ni imaginar que existiese tal cosa. ¿Para qué mantenerse al borde de la inanición si después se rellenaba artificialmente todo lo que se le negaba a la comida? Pero así estaban las cosas. A veces se preguntaba qué haría la pija cuando en la intimidad con un hombre se despojara de todos aquellos postizos. ¿Se decepcionarían ellos o ni se fijarían? ¿Era algo admitido y consentido? Bueno, lo más probable es que la pija se pusiese tetas dentro de poco; flacas in extremis y con mucha teta, era lo que se llevaba. Ni naciendo de nuevo sería ella así. Suspiró de nuevo. La monitora ordenó ponerse a cuatro patas frente al espejo y elevar una pierna estirada hacia atrás. Entonces, a través del espejo y al fondo de la sala, lo vio. Un chico la observaba desde el ventanal que separaba la sala de musculación. Se puso colorada. Seguro que miraba su culazo, que horror. Deseó que acabara la clase, que el chico no estuviese al fondo, que no tuviese un panorama tan esclarecedor de sus nalgas fondonas.

     
     ¡Qué buena está! ¡Qué cintura tan marcada, qué culo impresionante, lo que será eso en movimiento sobre mí! Está toda coloradita, seguro que también se pone así de sonrosada en el orgasmo. Buff, se me está poniendo morcillota sólo de imaginármela montada sobre mí. O a cuatro patas como está ahora, sujetar esa cinturita y desfondarme en ese culo, dios. Y no como la pija, que parece un palo de escoba y va de tía buena. ¡Los cojones, buena está ésta! ¿Y si le entro y le pido el teléfono? Vaya, me ha pillado. Da igual, la titi está de miedo, qué loba.

Uol Free
  

domingo, 14 de agosto de 2011

Un Magnum almendrado

          Estamos tumbados en una playa de pequeñas dimensiones. No puedo afirmar que es una cala perdida y paradisíaca porque a Tomás le gusta que haya un chiringuito cerca para tomar una cervecita helada de vez en cuando. De todos modos, es tranquila, con gente que lee bajo las sombrillas o se despereza bajo los ardientes rayos de sol. Los pocos niños que hay juegan a construir empalizadas que detengan el avance del mar y no gritan desaforados: están bien educados y sus risas no molestan, son agradables, la vida que comienza.


        Acabo de bañarme. Las aguas del Atlántico suelen ser frescas, pero hoy no lo están en exceso, se agradece ese frescor que alivia los rigores de Lorenzo. Me tumbo boca abajo en la toalla. Tomás duerme bajo la sombra del parasol. Tiene las manos sobre el estómago y sus párpados tiemblan de vez en cuando, debe estar soñando.


            Siento un cosquilleo en mi piel, es el agua que se evapora, miles de gotitas perdiendo densidad y dejando trazas de sal en mis poros. Huele a mar, a yodo. Mi cuerpo siente el roce de los rayos solares. Estoy en ese preciso instante en el que se agradece el calor para elevar la temperatura tras el baño. Me dejo llevar por esa sensación tan placentera, caigo en el pozo de la ensoñación. De pronto siento otro roce, las yemas de sus dedos suben por mis pantorrillas surcando caminitos sinuosos que me erizan los cabellos de la nuca. Permanezco atenta al avance fresco de sus grandes manos.  Superan las montañas de mis nalgas y llegan al valle de la cintura, demorándose en círculos. Se inclina a besarme el cuello. Sus labios arden al igual que mi piel. Permanezco quieta, a la espera. Su lengua se desliza por el lóbulo de mi oreja y penetra en el pabellón auditivo con un movimiento que me recuerda al otro y provoca que se esponje mi vulva. Abro las piernas y la brisa se cuela en la breve tela del biquini, tengo las nalgas al aire y siento un deseo irrefrenable de que me posea allí mismo, sobre la arena y con el rumor de las olas rompiendo casi a mis pies. Se sube en mi espalda y siento su polla tiesa entre mis muslos, elevo mis brazos al frente y los extiendo sobre la arena ardiente. Estoy a su merced y deseo que me folle ya. Él me muerde el hombro y la palma de su mano izquierda se cuela debajo del triángulo del biquini asiéndome una teta. Después la estira y sólo roza el pezón, que se pone duro al contacto, y provoca que contonee mis caderas, deseosas de su carne. La otra mano de desliza hacia mis cachas siguiendo el contorno de mis nalgas, cada vez más altas, porque no consigo permanecer quieta ante la excitación. Sus dedos resbalan entre ellas y juguetean en el borde del ano para llegar a mi coño, húmedo y salado; aparta la tela y noto la brisa que me penetra antes que sus dedos. Gimo. Su polla me roza por veces según sus movimientos e intento atraparla echando los brazos hacia atrás, pero él se escabulle y desciende hasta que su boca me mordisquea el trasero mientras sus dedos siguen penetrándome. Después busca mi botón hinchado. Atrapa el clítoris entre dos dedos y lo masajea, arqueo el pompis tanto que casi me pongo de rodillas. El placer es indescriptible. Gimo. Entonces él se sube encima de mí, y sin sacarme el doblemente mojado biquini, sólo con apartarme la brevísima tela, me penetra.  Su polla también arde, es gruesa y exigente. Me sujeta los hombros y me besa el cuello mientras entra y sale de mi cuerpo, rendido y sumiso al placer que experimento. Sólo puedo asir la arena entre mis manos  mientras él hace a su antojo. Me pone de medio lado y me flexiona una pierna, mientras sigue horadando mis entrañas. Toma mi mano derecha y me la coloca sobre mi clítoris. Así, al tiempo que me folla, yo me masturbo; él me sujeta la cintura y son sus dedos los que controlan el movimiento que imprime a mi cuerpo.  Se arrebata y me da una cachetada en la nalga. Siento que se acerca el momento y me estiro, mientras él evita que pueda escaparme de su cuerpo. El orgasmo se desencadena desde mi vulva a la médula hasta estallar en mi cabeza. Él espera a que paren mis espasmos y vuelve a empujarme sobre la arena, para levantarme el culo y rematar su faena, mientras sus dedos se clavan en mi cintura dejando cercos rojizos. Aúllo.


            Entonces escucho un sonido a mi lado.

        Cari, ¿a que sé lo que te apetece en este instante?

        Yo entreabro apenas los ojos, arrancada de mi ensoñación. De nuevo están ahí el mar, la arena, el implacable sol sobre  mi cabeza.
   −         ¿Hummm? ¿qué dices?

        Que sé en lo que estabas pensando.

        Hummm...

        ¿A que te apetece un helado?

Un segundo, dos, tres, cuatro.

        Claro, cielo, un Magnum almendrado, como siempre.




Uol Free





(Véase la continuación Otra vez, el Magnum. La tercera parte se titula ¿Qué fue del Magnum Almendrado? Puedes leerla clickando en aquí. La serie Magnum continúa con Un viaje...y un Magnum)

viernes, 12 de agosto de 2011

Próximamente...

En breve... habrá un encuentro...

El escenario será una playa, es verano, calienta el sol... la brisa es suave, fresca y con olor a sal y algas...

¿Vais a esperar que os lo cuente?

Será muy pronto...


viernes, 5 de agosto de 2011

DOTTORE

     En las pelis el doctor es un cachas descomunal, alto, atractivo y joven, pero a mí, lo sé, me va a tocar un cincuentón bajo y canoso con barriga cervecera poco acorde con sus recomendaciones de vida sana y escaso alcohol. Espero en la salita mi turno. Es una consulta privada porque en la Seguridad Social mis problemas son considerados poco urgentes y el tiempo de espera para la atención por parte del especialista debe estar en siete meses. No tengo ganas de gastar 70 euros en una rápida consulta privada, pero el remedio del médico de cabecera no ha surtido efecto y Paolo se ha empeñado en que acudiera de una vez por todas a alguien que sepa que se trae entre manos. Dice que no me preocupo lo suficiente por mi salud. Total, una erupción desde la parte baja de la espalda que ha acabado por invadir mis nalgas. Es desagradable, lo sé, pero ni pica ni me escuece, así que lo he ido dejando, por si era una alergia, yo que sé, o un proceso de intoxicación alimentaria; bueno, el caso es que los habones no se van y aquí estoy, imaginando que el dermatólogo es un tío macizo que me va a alegrar la tarde. Debo pensar positivamente, porque la idea de enseñarle mi trasero al cincuentón barrigudo no me hace feliz, precisamente.
           
            La enfermera me condujo a la sala de espera y hay una mujer, con psoriasis enmarcando su rostro, que aguarda y que apenas ha alzado la cara de la revista al verme entrar; me siento y noto cierta incomodidad porque no puedo dejar de observarla, como quien mira un fenómeno extraño, al tiempo experimento cierta repulsión y eso no me parece compasivo, además mi trasero tampoco se debe ver mucho mejor, pienso.

            El doctorcito cachas sale a recibirme con bata verde y gorrito azul. No hacen juego, constato, y nada más atravieso el dintel, se lo arranca y queda expuesto en bóxer azul (ahí estaba la combinación cromática) y me enseña unos pectorales tan bien puestos que me arranca un suspiro. 


    Usted está muy grave, me avisa, y debo comenzar el reconocimiento sin dilación. No me asuste, le recrimino, sin apartar la mirada de sus abdominales para a continuación bajarla hasta el paquete que marca abultado la fina tela del calzón. Nunca bromeo en mi trabajo, túmbese aquí, me dice serio y yo experimento una comezón que nada tiene que ver con la erupción de mi trasero. Sin quitarme la ropa, me tumbo en la camilla a la espera de más instrucciones. Gracias, Dios mío, porque el doctorcito está de miedo, es un cañón de hombre, santa madonna, que dottore!!

            El médico toma un fonendoscopio y me desabrocha los botones de la camisa. No pienso en lo inusual de que lo haga él, estando yo consciente, porque me da igual: sus dedos son cálidos y suaves. Se inclina a auscultarme y percibo su aroma. Lo reconozco, es un perfume de Valentino, aunque no recuerdo cuál. Me dejo embriagar por la fragancia y cierro los ojos un momento, pero me ruborizo cuando pienso que él va a percibir nítidamente como mi corazón se ha desbocado descontrolado; sin embargo, el doctor no dice nada, aunque me mira fijamente, y yo me pierdo en sus ojos verdes, ay Dios, son de un verde oscuro, casi marrones, y yo aguardo sus órdenes como monaguillo la palabra de Dios.

            Lo miro sin decir palabra y él dice que va a tener que intervenir y se coloca una mascarilla que le oculta la boca tan hermosa. La bocca. Después se coloca unos guantes de látex y me estremezco cuando siento su tacto elástico al rozarme el estómago. Sin pedirme opinión me desabrocha la hebilla del pantalón y lo baja hasta las rodillas. Mientras me mira me excito terriblemente; siento que me arde el rostro y no sé por qué recuerdo la primera vez que Paolo alabó mis gambas y también me ardió el rostro, porque pensé que se burlaba de mí, hasta que me señaló las piernas. Gambas. Desde entonces es nuestra bromita privada, me voy a comer esas gambas.

        Pero il dottore no dice nada de mis piernas, sus ojos se han quedado enganchados en mi entrepierna. Después me pide que me dé la vuelta y observa las ronchas de mis nalgas. De pronto siento frescor en mi culo, está untándome una crema fresquita, pero el muy atrevido la extiende más allá de lo necesario, su mano se desliza por la raja hasta zonas más profundas, lo que me arranca un respingo y un suspiro. Con la escusa del ungüento me toca todo el trasero con suavidad y la excitación me llena por completo. Sus dedos rodean mi ano, lo frotan despacito y al tiempo se inclina besándome el cuello. Me pongo a cien, el cuello me pone a cien. Me doy la vuelta y veo que el macizo se ha desembarazado de la mascarilla y me empuja hacia atrás para besarme con ardor. Desciende hasta el pecho y mis pezones se erizan. Él está totalmente empalmado y le saco el bóxer. Su polla es grande y gruesa. Si la viese Paolo se moriría de envidia. Dottore, dottore, le digo, tengo fiebre, creo que debería ponerme el termómetro. Éste puede servir y le cojo la picha entre mis manos. Él sonríe. Sí, se nota que tiene fiebre, pero la temperatura se toma mejor en la boca, debe introducírselo ahí. Lo hago. ¿Así? Y chupeteo. Así, muy bien, siga, siga, ya está tomando la temperatura, veo que la tiene alta. Me saco el pene de la boca. ¿Y hay remedio, dottore? Esto sólo lo cura una inyección, una buena inyección de penicilina. Oh, vaya, ¿y me la va a poner usted? Por supuesto, no puedo dejar que se vaya sin recibir el tratamiento adecuado. Y de pronto el doctorcito me voltea en la camilla, que protesta chirriando, me saca medio cuerpo fuera y me pone el trasero en pompa. Con la mano izquierda me toca la entrepierna frotando con diligencia y con la otra dirige su polla hacia mí. Me penetra suavemente al principio y después empuja su miembro con decisión. Me retuerzo de placer, la camilla se bambolea peligrosamente. Me muerde el hombro, el cuello y yo no puedo más que gemir dottore, dottore deme más, démelo todo. Siento su polla gruesa, su ímpetu, su deseo salvaje y me dejo hacer mientras yo también me masturbo. Me da palmetadas en las cachas, lo que hace vibrar mi carne y que sienta su miembro más profundo. La locura me arrebata. El momento ha llegado y me corro apretando los labios para no gritar de placer mientras el macizo se aferra a mis nalgas, aún embadurnadas de linimento, y grita a su vez al correrse  mientras empuja dentro de mí varias veces hasta vaciarse entero. Después me unta el semen en el trasero aún colorado y me susurra ¿le ha hecho daño la inyección? Sonrío. Menuda jeringa, pienso. Todavía me estaba sonriendo, con la cara de un niño que se relame con su caramelo,  cuando la enfermera entró en la sala de espera y anunció, señor Antonio García, el doctor le espera. Entré en la consulta.
         ¿Qué puedo hacer por usted?

Uol Free

jueves, 4 de agosto de 2011

¿Qué pensáis?

Vampiros con sensores de infrarrojo para encontrar sangre


Es una noticia de prensa. ¿Os parece un buen título para una de mis historias? ¿Que pensáis?
Quien quiera que así comience una historia de sexo y deseo, que me lo diga!!!