Hacía tiempo que su ropa era un disfraz. Acaso antes lo definía, ahora era ya costumbre, hábito en los dos sentidos de la palabra. De este modo seguía atrayendo a la abeja incauta, deseosa de libar. Nada es lo que fue, pero uno no puede evitar caer en la rutina, es más cómodo que cambiar, que modificar los usos.
Y allí seguía, con su impasible embuste, ajeno al fraude al que atraía.
Falaz: Que halaga y atrae con falsas apariencias.
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