Dos son mis recuerdos
iniciales de la Navidad. Los dos tienen que ver con la desilusión y el renacimiento.
En el primero, mi
hermano Mateo, el que me precede, me despierta en la noche de Reyes para que compruebe
con mis propios ojos que los Reyes Magos no existen, y que papá y mamá, a
oscuras y a escondidas, son los que depositan sobre mis zapatitos de niña buena
los regalos que he pedido, que nunca son los del catálogo, sino otros similares
que han encontrado en el bazar del pueblo grande. Ya os he contado que en casa
de mis abuelos los parientes iban y venían, instalándose a conveniencia. Y en
plenas fiestas navideñas la casa estaba a rebosar, por lo que yo tenía que
compartir cuarto con mi hermano Mateo, seis años mayor que yo. Los dos mayores
compartían otro, aunque el mayor ya estudiaba fuera y sólo venía por vacaciones.
¿Cuántos años tenía yo entonces? ¿Cuatro? Sé que fue antes de ir al colegio,
porque ningún párvulo que empezase en la escuela se libraba de que le aclarasen
los de Primero quiénes eran los adorados Reyes Magos. ¿Por qué Mateo me despertó?
¿Qué sentí yo? No puedo responder a ninguna de las dos preguntas. Ni siquiera le dije
a mis padres que YA lo sabía todo. Fue Mateo quien lo cantó. Recuerdo que
observé la escena en silencio y me negué a levantarme para mirar los paquetes
cuando ellos se fueron de puntillas a su habitación. No lloré, no me sentí
triste. Asombrada acaso: otra cosa más que no me explican. ¿Por qué no
responden a mis preguntas? ¿Y por qué me responden cuando ya no me interesa?
Desilusión. Y
Renacimiento. Si mis padres me hacen regalos, ¿podré pedir cosas que necesito
sin que sea Navidad?
Porque yo pronto admití
que necesitaba cosas: cuentos, libros, historias, ¡no podía esperar a Navidad!
Como la pequeña de toda
familia, he heredado juguetes, ropa, libros y con el tiempo cassettes y discos.
Pero como sabéis, me preceden tres varones. Eso no supuso problema alguno para
mis padres. De Mateo heredé jerseys de lana con ochos y rombos, algún pantalón
de peto y bufandas y manoplas (casi siempre desparejadas, porque para él era imposible
no perder un elemento del par). Os he contado que a mí nadie me esperaba y que
a mi madre sólo se le pasó el disgusto de ese embarazo tardío al parirme, una
niña al fin. Pero eso no significó que me llenara de lazos y puntillas. Los
vestiditos estuvieron bien mientras se me veían las braguitas de ganchillo y
lazos rosas, después se aprovechaba lo que había. Hasta que crecí un poco y ya
no pude heredar nada más.
Pero llegaban los
Reyes, y papá y mamá me regalaban muñecas. No la Barbie, que no me gustaba nada
porque era diminuta y no la podía abrazar, achuchar ni caminar con ella de la
mano. A mí me gustaban los muñecotes grandes, y los peluches. Y, para qué negarlo, me pirraba por
los coches de mis hermanos. ¡Cuánto jugué con el coche policía y con el de los
bomberos! Carreras, derrapes, choques con vueltas de campana...
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Coches de policía y ¡¿bomberos?! |
Pero, ay, mi
favorito era... el camión excavadora, aquella excavadora de plástico amarillo
con su pala. ¡Toneladas de arena debió remover aquella pala excavadora! Me
pasaba la tarde jugando con aquellos coches que ya Mateo había heredado
destartalados.
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Pala excavadora |
Pero al llegar la noche -era yo entonces aún una parvulita-
colocaba a todas mis muñecas en fila en la cama de al lado, las acostaba para
dormir. Se me humedecen los ojos cuando lo pienso: ¿Qué sentiría mi padre
cuando ayudaba a arropar con trapitos a las muñecas de su niña pequeña? Mi
padre es de otra época. Y arropaba conmigo a mis muñecas, lo estoy viendo ahora y
un nudo de emoción me brota en la garganta; las tapábamos, yo les daba besitos
de buenas noches y él me ponía el pijama, comprobaba que las sábanas no
estuviesen frías (mi querido papá calentando en invierno una a una las sábanas en la estufa) y me arropaba a mí. Después venía mamá. ¿Qué miedos la
atenazarían cuando me rezaba cancioncillas de protección? Fui una niña valiente
de día, cómo no con tres hermanos trastos, pero miedosa de noche. Demasiadas sombras
en la noche, sonidos de animales, manchas en el techo, serpientes bajo mi cama,
cielos que son mares, rocas que son algas.

Resignación. Y
renacimiento. Mi segundo recuerdo de Navidad fue mi frustración ante la imposibilidad de comer
turrón duro. Se me habían caído los dientes de leche, y antes el turrón no
venía precortado, era muy grueso y duro. Mamá me compró turrón blando. Soluciones.
Salidas. Tardé años en volver a probar el duro.
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¿Turrón duro o blando? |
La Navidad es siempre
la ilusión de un libro y la visión borrosa de mis padres calzando a mis sueños.
Felices fiestas para los niños que un día fuisteis! Y para los adultos presentes, amor, salud y suerte!
Bo Nadal!
Uol
Por cierto, pequeña encuesta:
¿Sois de polvorón o de mazapán?
¿De turrón duro o blando?
¿De Papá Noel o de Reyes Magos?
¿De árbol o de Belén?
¿De bici o de patines?
¿De champán o de sidra?