lunes, 28 de marzo de 2016

lunes, 21 de marzo de 2016

El vibrante marzo


El hombre

Porque ningún hombre se iguala al reflejo de sí mismo,
ni es ruina o resplandor si la luz no lo enhebra,
si la noche no lo precipita.

Porque no tiene sombra ni límites precisos,
ni más fe que la sed,
ni más razón que olvido,
ni otra rebelión que construir agua con nubes.

Porque el hombre crece y se extravía: ama, huye, suma en
años su existencia,
entierra dientes y sortijas, cielos con el corazón de mecha,
reyes derrocados,
libros para el parlamento de la niebla.

El hombre no vive jamás lo suficiente y de ahí tanta tristeza.
Se enamora con las manos, invoca su prestigio en los espejos,
todo en él es lentitud y un mucho más allá que nunca se concreta.
La historia es su retrato grande.
La memoria, su arsénico y su vértigo.

Quisiera saber decir lo que en ti veo.
La diáspora que asoma si te alejas.
El barrio limpio y minucioso donde vivo cuando entiendo
que me amas,
cuando eres lo feliz de lo imprevisto.
El vibrante marzo. El vibrante marzo de antes de ser tú
y de después de besar tu casa.
Eso diría que es el hombre,
un zumbido que se apoya en la piedad de un cuerpo ajeno,
en esa tierra santa de tus dos brazos abiertos.
 

Antonio Lucas: Los desengaños (2014)



martes, 15 de marzo de 2016

La venganza



Yo nunca he podido vengarme. 

No, nunca he podido vengarme, porque al parecer la venganza se sirve en plato frío y a mí, pasado el calentón primigenio, me entra una apatía de no te menees. ¡Qué pérdida de tiempo planificar estrategias de venganza en lugar de vivir y mirar hacia delante! Que precisamente yo hable de mirar hacia delante ya sé que entra en contradicción con mis textos: estoy visitando y quién sabe si revisitando mi pasado una y otra vez (oye, y cada vez hay más pasado, ¿qué ha ocurrido?), pero que me muestre nostálgica con acontecimientos de mi vida es un síntoma de lo mucho que los disfruté, no de que no siga para adelante con optimismo. En todo caso, ya me entendéis.

Una puede sentir deseos de venganza, yo la que más, pero qué galbana cuando la ocasión surge años después, si es que ésta llega (que es casi nunca). Para mí la venganza tendría que ser rápida, inmediata, en medio del fragor del dolor aniquilador y la ira, a lo Paquita la del Barrio, sufre cabrón, arrástrate mamelón, ignorante, estúpido, mameluco, palurdo... (uf, qué desahogo, oye)


Yo, cuando pienso en venganza, casi siempre es en el plano amoroso. Ya veré si hablo de la venganza en otros ámbitos. Es que a mí ante ciertas injusticias me brota un rugido de venganza que me avergüenza un poco, porque es violenta y visceral, y tomaría la guadaña y el rayo exterminador y no quedaría títere con cabeza, y encima no castigaría con una muerte rápida, no, sino dolorosa y terrible, que les haga lamentarse hasta la eternidad y más allá del espantoso daño causado (violadores, pederastas, asesinos de sus mujeres, de sus hijos, asesinos en general con premeditación y alevosía, estafadores de ancianos o pobres, genocidas... la nómina es larga). La gente antes tenía el consuelo de la Justicia Divina, el Juicio Final,  y pensaban que estos seres pagarían entre las llamas del infierno. Pero a nosotros ni ese consuelo nos queda, así que me imagino de Superheroína distribuyendo y causando dolor a estos monstruos ya que no tienen conciencia y el acto de contrición no es posible. Ya sé que en estos casos hay que clamar por la Justicia, sí, ésa de los ojos vendados, en una mano la balanza y en la otra la espada. Pero ésa, amigos míos, nunca llega. Se ve que baja el paño que cubre sus ojos y no es imparcial, ve peculio en la balanza o yo qué sé. En un mundo civilizado hay que hablar de Justicia y no de Venganza. Pero es que no llega, no aparece por ninguna parte y me indigno. (Vaya, para no hablar de este ámbito ya lo he soltado todo, en fin. Menos mal que no soy jueza). Por suerte este sentimiento de violencia brutal nunca me ha surgido por desaires o penas de amor.


En el plano amoroso la venganza suprema es que esa persona que nos hizo daño queriendo o sin querer, se cruce de nuevo en nuestras vidas y nos cuente entre miradas avergonzadas y tristes que lamenta profundamente lo que nos hizo, que las cosas le han ido fatal, que no ha vuelto a sentir igual, que lo han abandonado, que está enfermo... uf, suma y sigue. Pero la verdad es que cuando esa persona se cruza en tu camino, que es casi nunca, no te dice nada de eso. A veces ni lo reconoces de lo cambiado que está, (¿Por qué los hombres en general envejecen tan mal?), y por supuesto no se lamenta de nada, te pregunta con una sonrisa -en el mejor de los casos (ellos sí nos reconocen aunque nosotras también hemos cambiado)-, qué tal te va, y ni remotamente se le nota arrepentimiento, penurias económicas ni enfermedad terminal. Y si alguno de esos supuestos fuese cierto, fingiría. Como estás fingiendo tú con sonrisa de dentífrico, muy bien, todo genial, qué alegría verte. Que, aunque malditas las ganas de sonreírle como si no recordaras lo mal que se portó, tampoco quieres traslucir rencor y que él se marche pensando pobre, todavía no lo ha superado. Aunque lo cierto es que ese hombre ni siquiera piensa que sigas acordándote de la putada, en realidad piensa, pero qué le pasa, qué malhumor, si eso fue hace taaaanto tiempo. El que rompe, se olvida en un plis. El doliente, lo es para siempre. 

No hablo por hablar. 
No hace mucho he tenido la oportunidad de saldar cuentas con un antiguo amor. Lo dejamos porque yo era muy joven (muy jóvenes los dos, yo sin estrenar la veintena)  y quería divertirme, disfrutar, estudiar, viajar, y él era un joven con mentalidad de viejo al que sólo le faltaba pedir una hipoteca para el piso. O eso creí yo entonces. Y aunque fue cosa de los dos, siempre te queda el run run de lo que podría haber sido y no fue. Yo lo recordaba con inmenso cariño, en ese proceso de idealización que tienes de la post-adolescencia. No le guardaba el más mínimo rencor. En realidad, amar, amé después, pero lo recordaba como el amor que no pudo ser. Nunca más lo había vuelto a ver. Y cuando lo vi, no lo reconocí. Ni remotamente. Era entonces un chico apenas tres o cuatro años mayor que yo, ahora un señor. Por supuesto, yo tampoco soy la misma. ¡Qué más quisiera! Él, caballero, no me dijo que no me había reconocido. Sugirió que la vida me había tratado muy bien en ese aspecto, mucho mejor que a él. ¡Ni duda cabe que era cierto!(Voy a barrer para casa, que no tengo abuela). Pero a lo que iba, risita va, risita viene, mas lo cierto es que tras varias charlas (no fue encuentro de acera) solté mis galgos. Y lo que son las cosas, su perspectiva (era previsible y no por ello menos sorprendente) nada tenía que ver con la mía. Eran dos historias distintas, con matices bien diferentes. La única coincidencia en ese reencuentro, que se cortó tan rápido como surgió, fue que los dos guardábamos buen recuerdo de aquellos días y que así debería haber quedado por los siglos de los siglos, amén. Y que con este reencuentro tan extemporáneo se jodió.  La venganza en plato frío es una puta mierda. Ya os lo digo alto y claro.

Diréis que el ejemplo no sirve, que en esa historia inconclusa no había venganza que saldar. Bueno, pero para el caso os hacéis una idea. Lo que quiero decir es que el dolor de entonces llega al presente como la luz de una estrella muerta, no es real. No sirve de nada. ¿Cómo lo sé? Porque me he colocado del otro lado. Yo también he hecho daño. Porque cuando le dices a alguien ya no quiero seguir, no me siento feliz a tu lado, haces daño. No lo olvidéis, que nos lamemos las heridas que nos provocan y disculpamos alegremente las que infringimos. Sí, es humano, pero no lo olvidemos. Así que me puse en el otro lado. Y cuando he notado que venían años después a saldar cuentas conmigo (una vez y sutilmente) he sentido un aburrimiento taaan graaande, tanta fatiga me dio, qué pereza, ¿aún con ésas a estas alturas...?, que pensé, ay Dios mío, eso es lo que les pasaría a Fulano y a Mengano si yo les fuese a reclamar. Y me dio vergüenza. Y pensé, qué puta mierda la venganza en plato frío. Lo repito.

Así que, amigas mías (que sois las que en general os quedáis con las ganas), sabed que yo soy partidaria de cantar las cuarenta en caliente y a las bravas. Desahogaros en el momento si os lo pide el cuerpo, soltad la bilis, que no se pudra dentro durante meses y años, cabronazo, así te quedes impotente de por vida, burro, ignorante, pasmao, mira que eres corto, ni borracho vas a volver a tener a alguien tan estupenda, maravillosa y sexy como yo, miserable lameculos, patán, mierdoso, te va a dejar por otro más rico, más joven y con mejor tranca, que siempre te he tenido que indicar cómo hacerlo, que eres corto hasta para aprender, so burro, feo, bastardo hijo de cabrón, que eres un desagradecido y un gañán, sólo te quiere para que la mantengas, ¿es que no ves que no te quiere?, pero qué palurdo eres, cateto, ojalá se te caiga la minga a cachos, presumido hijo de satán, de lo que me he librado, so analfabeto.


¡Uf, qué desahogo, qué bien se queda una! Y si después os avergüenza tal explosión, siempre podréis alegar locura verbal transitoria. Y la venganza, a tomar pol culo.

Uol

sábado, 12 de marzo de 2016

martes, 8 de marzo de 2016

Invención


Me has inventado. No hay en el mundo un ser así,
un ser así no pudo existir jamás.
No trae el médico cura, el poeta no te da consuelo,
la sombra del fantasma te inquieta día y noche.
Nos conocimos en un año terrible,
cuando las fuerzas del mundo se agotaron,
cuando reinaba el luto, apagándose todo en el dolor,
y sólo las tumbas estaban frescas.
Sin farolas, el muelle del Neva se sumía en la negrura,
la sorda noche todo lo encerraba entre sus muros...
Fue entonces cuando mi voz clamó hacia ti.
Por qué lo hizo, aún no lo comprendo.
Y tú viniste como guiado por una estrella
a través de aquel otoño trágico,
entraste en la casa para siempre derruida
de la que bandadas de versos quemados alzaron vuelo.
 

Anna Ajmátova:  El canto y la ceniza. Antología poética.

 

jueves, 3 de marzo de 2016

Pelos

Cuando el pelo no hace al hombre.
Porque todos los estilos le van bien. 
Uol


Aaron Eckhart