domingo, 14 de agosto de 2011

Un Magnum almendrado

          Estamos tumbados en una playa de pequeñas dimensiones. No puedo afirmar que es una cala perdida y paradisíaca porque a Tomás le gusta que haya un chiringuito cerca para tomar una cervecita helada de vez en cuando. De todos modos, es tranquila, con gente que lee bajo las sombrillas o se despereza bajo los ardientes rayos de sol. Los pocos niños que hay juegan a construir empalizadas que detengan el avance del mar y no gritan desaforados: están bien educados y sus risas no molestan, son agradables, la vida que comienza.


        Acabo de bañarme. Las aguas del Atlántico suelen ser frescas, pero hoy no lo están en exceso, se agradece ese frescor que alivia los rigores de Lorenzo. Me tumbo boca abajo en la toalla. Tomás duerme bajo la sombra del parasol. Tiene las manos sobre el estómago y sus párpados tiemblan de vez en cuando, debe estar soñando.


            Siento un cosquilleo en mi piel, es el agua que se evapora, miles de gotitas perdiendo densidad y dejando trazas de sal en mis poros. Huele a mar, a yodo. Mi cuerpo siente el roce de los rayos solares. Estoy en ese preciso instante en el que se agradece el calor para elevar la temperatura tras el baño. Me dejo llevar por esa sensación tan placentera, caigo en el pozo de la ensoñación. De pronto siento otro roce, las yemas de sus dedos suben por mis pantorrillas surcando caminitos sinuosos que me erizan los cabellos de la nuca. Permanezco atenta al avance fresco de sus grandes manos.  Superan las montañas de mis nalgas y llegan al valle de la cintura, demorándose en círculos. Se inclina a besarme el cuello. Sus labios arden al igual que mi piel. Permanezco quieta, a la espera. Su lengua se desliza por el lóbulo de mi oreja y penetra en el pabellón auditivo con un movimiento que me recuerda al otro y provoca que se esponje mi vulva. Abro las piernas y la brisa se cuela en la breve tela del biquini, tengo las nalgas al aire y siento un deseo irrefrenable de que me posea allí mismo, sobre la arena y con el rumor de las olas rompiendo casi a mis pies. Se sube en mi espalda y siento su polla tiesa entre mis muslos, elevo mis brazos al frente y los extiendo sobre la arena ardiente. Estoy a su merced y deseo que me folle ya. Él me muerde el hombro y la palma de su mano izquierda se cuela debajo del triángulo del biquini asiéndome una teta. Después la estira y sólo roza el pezón, que se pone duro al contacto, y provoca que contonee mis caderas, deseosas de su carne. La otra mano de desliza hacia mis cachas siguiendo el contorno de mis nalgas, cada vez más altas, porque no consigo permanecer quieta ante la excitación. Sus dedos resbalan entre ellas y juguetean en el borde del ano para llegar a mi coño, húmedo y salado; aparta la tela y noto la brisa que me penetra antes que sus dedos. Gimo. Su polla me roza por veces según sus movimientos e intento atraparla echando los brazos hacia atrás, pero él se escabulle y desciende hasta que su boca me mordisquea el trasero mientras sus dedos siguen penetrándome. Después busca mi botón hinchado. Atrapa el clítoris entre dos dedos y lo masajea, arqueo el pompis tanto que casi me pongo de rodillas. El placer es indescriptible. Gimo. Entonces él se sube encima de mí, y sin sacarme el doblemente mojado biquini, sólo con apartarme la brevísima tela, me penetra.  Su polla también arde, es gruesa y exigente. Me sujeta los hombros y me besa el cuello mientras entra y sale de mi cuerpo, rendido y sumiso al placer que experimento. Sólo puedo asir la arena entre mis manos  mientras él hace a su antojo. Me pone de medio lado y me flexiona una pierna, mientras sigue horadando mis entrañas. Toma mi mano derecha y me la coloca sobre mi clítoris. Así, al tiempo que me folla, yo me masturbo; él me sujeta la cintura y son sus dedos los que controlan el movimiento que imprime a mi cuerpo.  Se arrebata y me da una cachetada en la nalga. Siento que se acerca el momento y me estiro, mientras él evita que pueda escaparme de su cuerpo. El orgasmo se desencadena desde mi vulva a la médula hasta estallar en mi cabeza. Él espera a que paren mis espasmos y vuelve a empujarme sobre la arena, para levantarme el culo y rematar su faena, mientras sus dedos se clavan en mi cintura dejando cercos rojizos. Aúllo.


            Entonces escucho un sonido a mi lado.

        Cari, ¿a que sé lo que te apetece en este instante?

        Yo entreabro apenas los ojos, arrancada de mi ensoñación. De nuevo están ahí el mar, la arena, el implacable sol sobre  mi cabeza.
   −         ¿Hummm? ¿qué dices?

        Que sé en lo que estabas pensando.

        Hummm...

        ¿A que te apetece un helado?

Un segundo, dos, tres, cuatro.

        Claro, cielo, un Magnum almendrado, como siempre.




Uol Free





(Véase la continuación Otra vez, el Magnum. La tercera parte se titula ¿Qué fue del Magnum Almendrado? Puedes leerla clickando en aquí. La serie Magnum continúa con Un viaje...y un Magnum)

4 comentarios:

  1. Aún más divertido que excitante (que lo es). Enhorabuena.

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  2. Gracias, anónimo. Quizás puedas leer algún relato más, los hay de diverso tono. Lo curioso es que mujeres y hombres deseamos lo mismo; pero muchos prefieren no conocer lo que tienen ellas en la cabeza :/

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  3. Qué manera más brusca de que te corten el rollo, el sueño!
    Todo por un Magnum almendrado???? Se le derretiría el helado en las manos!

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    Respuestas
    1. Tomás no tiene ni idea de lo que ella verdaderamente desea.
      Besos

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