miércoles, 20 de enero de 2016

Viento en Cabo de San Vicente (II)


La primera parte de esta historia puedes leerla pulsando aquí.

Praia do Tonel, Sagres (Portugal)
  Fue entonces cuando él me habló.  
―Mucha hembra para tan poco prójimo.
―¿Perdón?
―Que si quieres tomar algo. 
El que me hablaba en español a dos pasos de mí, acodado en la barra, era un hombretón de aspecto desaliñado, algunas canas ya bailándole entre los rizos aún abundantes, un tipo con todo el aspecto de ser un alcohólico que no debería dar la lata más que a su hígado.
Algo esquiva, le enseñé la copa que portaba en la diestra. Pero él se presentó.
―Soy Dino.
Me eché a reír. Él no se mosqueó, me observaba imperturbable.
No te lo vas a creer, le dije. 

―Sorpréndeme.
―También me llamo Dina.
Él no pestañeó.
―Claro
dijo escéptico.
―En serio, de verdad. La culpa es de mi abuela. Pero ¿y el tuyo? ¿De dónde viene Dino? ¿Secundino? ¿Bernardino?

Claudino Taibo ya estaba muy curtido en todo tipo de bromas a costa de su inusual nombre que debía a su padrino, un tío abuelo, que había ejercido de padre con el suyo.
Nones.
―Bueno, en todo caso no será tan raro como el mío.
―¿Y cuál es ese nombre tan feo que hace que lo reduzcas a otro tan feo si cabe?
―Saladina.
―¡Joder! Sí que es feo―volvió a mirarla de arriba a abajo.―Pero tú estás muy buena.
―Y tú no tienes estilo ninguno― se defend algo molesta.

Dino Taibo abrió los brazos indefenso esbozando una sonrisa tibia que Dina no supo interpretar, bien podría ser burla como solicitud de magnanimidad.

―¿Y bien?
―¿Qué?
―¿Cuál es tu nombre?
―Para ti siempre Dino, preciosa.
―¡Oh! ¡Vamos! Deja ese papel de patán ligón de discoteca, no te pega nada. Ni ése otro de hombre curtido y escéptico cual antihéroe de canción de Leonard Cohen.
―Supe desde el principio que contigo me iba a divertir.
―¡No me digas!
―En cuanto vi cómo mareabas al pelanas aquél salido de un capítulo de Retorno a Brideshead. 

No pude menos que volver a reír.
―¿Y tú de dónde sales?
―De donde quieras, moni.
―Ya empezamos. ¿Sólo te relacionas con descerebradas o qué?
―Perdona, es que ya he olvidado tu nombre.
―Y yo tu careto. 

Me largué.


Paula la esperaba exactamente en el mismo lugar en el que la había dejado. El ánimo de Dina oscilaba entre la furia y la apatía.
―¿Qué te pasa?
―Nada, un imbécil.
―¿El baby

¿Qué ocurría? ¿Es que todo el mundo había reparado en la criatura? Claro, es que era a-do-ra-ble.
―No, otro. Uno pasado de rosca. ¿Nos vamos?

La mañana amaneció ventosa, no se podrían hacer inmersiones y Paula y Joss se quedaron en cama toda la mañana. Dina decidió asomarse a los acantilados del Cabo de San Vicente. Los precipicios le atraen de modo inquietante. Se acercó a unas rocas y miró abajo. El Atlántico, algo grisáceo esa mañana, no parecía especialmente movido.  
¿Qué pasaría si me lanzase? ¡Qué estupidez! Me mataría, hay muchísima altura.

―No será tan grave como para que te suicides ¿o sí?

Dina se giró como picada por una serpiente.
¡Joder, allí estaba el borrachín! ¡Sí que era casualidad, coño!
―¿De dónde sales tú? ¿Qué haces aquí?

El hombretón seguía sin dar muestras de apremio o premura.
―Vengo a dar un empujoncito a los indecisos ―respondió sarcástico.

Dina vio entonces al perro pulgoso y desastrado que correteaba a su alrededor olisqueando todo. Bueno, en honor a la verdad, pulgoso no se veía, sólo que era grandote y parejo con el desaliño de su amo, si bien, visto a la luz del día, no es que Dino fuese sucio o vistiese con andrajos; era... bueno, era que la combinación en él resultaba chocante, como si la ropa le cayese grande o fuese anticuada.


―Pues yo no te voy a dar el gusto, no quiero despeinarme en la caída libre.
―Ya estás despeinada como una loca. Y en cuanto a lo primero... está por ver.
Era cierto, el viento incesable torturaba mi melena y empezaba a desquiciarme.
―Hay que tener cuidado, este viento vuelve loca a mucha gente ―continuó Dino como si tal cosa, como si la insinuación que había vertido en medio fuera indiscutible.
―Te habrán dicho infinidad de veces que eres un borde.
―Sí, y hasta han tratado de romperme los morros alguna vez. Y la verdad, no sé por qué.
―Quizás un psicólogo te lo explique― a pesar de mis respuestas yo no conseguía enfadarme del todo.
―¡Ca!, ésos no saben nada. Anda, apártate del precipicio y ven, te mostraré desde donde se ven las mejores vistas de los acantilados y de la playa do Tonel.

Echó a andar, el chucho tras él, desentendidos ambos de mí. Pensé en pasar de todo y largarme a Lagos. Pero la curiosidad por comprobar si era cierto lo de las vistas y también un poco por desidia y hastío me llevaron a seguirlo.


Dino no había mentido y Dina se relajó con el espectáculo del precipicio cortado a cuchillo sobre el arenal desierto y batido por las olas.
―Si quieres bañarte conozco otra playa más recogida, sin corrientes.
―Hace fresco.
―Allí abajo no.
―No me he traído el bikini.
―Mejor.
―Mejor para ti, ¿no? ¿Quieres verme en bolas o qué?
―¿Tan raro te parece? ―lo dijo como si lo contrario fuese absurdo.
―Me parece que eres un caradura.
―¡Qué mal concepto tienes de mí! Sólo te ofrecía un baño en un lugar tranquilo, de aguas trasparentes y nada frías, en contra de lo que muchos piensan.
―¿Y tú llevas puesto el bañador?
―A mí no me avergüenza enseñar la minga. De hecho, hace rato que quiere salir de excursión.
―Eres un puerco.
―Soy muy limpio. Pero si no quieres baño, no pasa nada. Está el faro que...
―Pero ¿qué te pasa? ¿Te crees irresistible o eres tonto?
―Las dos cosas, supongo. Pero me pones un motón y ahora mismo compondría una sinfonía sobre tu piel que no olvidarías jamás.

Dina se sorprendió un poco, ahora sí. La voz de Dino había bajado un tono o dos, no sabría decirlo, no entendía de música. Pero bajo aquella gravedad asomaron notas aterciopeladas que le erizaron la piel. Lo miró con ceño fruncido y los ojos de Dino brillaron apenas entrecerrados por el rayo de sol que se coló entre las agrisadas nubes.

―No te conozco.
―Es lo mejor.
―¿Para qué?
―Para gozar sin resquemores, sin expectativas, sin prejuicios.
―No eres mi tipo.
―En realidad sí lo soy, pero todavía no lo sabes.
―No te hagas el listo.
―Soy muy burro.
―Y ahora no te hagas la víctima, me revientan los que apelan al instinto de protección de algunas mujeres.
―Bah, no seas niña. Anda, ven, iremos a tomar algo caliente, estás temblando.

Dino echó a andar, resuelto, el perro detrás, reaparecido de pronto.
Indecisa, Dina lo vio alejarse, su espalda algo encorvada, el pelo ensortijado tan alborotado como el de ella. 


Sin decir nada, lo siguió caminito abajo.

Uol  
EL final de esta historia puedes 
leerlo pulsando aquí.

4 comentarios:

  1. Esto se pone interesante.
    He de reconocer que tras el primer capítulo me quedé un poco despistado con los personajes.
    Aguardo el tercero impaciente.
    Besos

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    1. ¡Eso es un piropazo!
      Lo de que los personajes no sean predecibles,digo, aunque, no sé, no sé, a estas alturas...

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  2. Dous escenarios descartados. Imos ver en que ara ofrecen o sacrificio do seu pracer...

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    1. Xa vexo que das por sentado que Venus tomará a súa ofrenda.
      Fermoso sacrificio ese!!
      Bicos, Chousiña!

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