miércoles, 13 de mayo de 2015

Resolución



Para salvar la relación, tuvo que decidir no amarlo.


Si quería  tener un amante entregado y dedicado al menos un fin de semana al mes -o dos-,  tenía  que decidir "no enamorarse", tenía que "no volcar" en él sus afectos, sus mejores sentimientos, sus besos más mimosos, sus desvelos y arrumacos. Porque si lo amaba nunca podría ser capaz de compartirlo; no podría ser una amiga de roce sin más; sería incapaz de no decirle las verdades (que era un pelele en manos de sus hermanos, una marioneta que ignoraba -o que aceptaba- que lo era).

Si se enamoraba tendría que revelarle que su pueril deseo de no elegir no era más que una vía de escape para no enfrentarse a la verdad de que no podía decidir su existencia, orquestada por su familia y aceptada sin protesta por él desde la adolescencia. Tendría que decirle que todas las excusas que esgrimía escondían su incapacidad de gobierno, su imposibilidad de rebelarse, su cobardía.

Por eso -y para no perder un amante apasionado, aunque sin ambición de perfeccionarse-  tuvo que elegir no enamorarse. Aunque él -pobre inocente-  creyó que ella era la enamorada ideal: generosa, comprensiva, desinteresada y fiel.

¡Pobres diablos que creen que la mujer que soporta y aguanta estas tiranías es la que más los quiere, cuando son -somos- las que ya hemos renunciado a amarlos!
Uol

2 comentarios:

  1. Si alguien es capaz de no enamorarse e ir contra de sus sentimientos, tiene mi admiración :)
    Bicos.

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