jueves, 8 de enero de 2015

Caminos de madera

Pasarela de Cristosende, Parada de Sil, Ourense, Galicia (España)


SIEMPRE me han asombrado esas personas que dicen tener todo claro. Yo claro nunca veo (casi) nada. Me refiero a que soy una de esas otras personas que se ponen excesivamente en la piel de los demás; y puedo llegar a comprender o al menos a disculpar actitudes o acciones que rechazo (no todo, es evidente), aunque al tiempo las puedo criticar (e incluso distanciarme para conservar cierto equilibrio mental). Esto de sentir empatía ya sé que es algo muy valorado y prestigiado, pero, seamos sinceros, también es un coñazo. Te lloriquean un poco y ya estás, pobriño, mira qué cosas le pasan, es que claro, estando donde está y con lo que tiene detrás, en fin, claro...  Un coñazo, porque después enseguida te vienen a contar sus penas y pocas alegrías, para las alegrías están los que sólo los critican cuando vienen  mal dadas. En fin, que me paso la vida en plena dicotomía, me gusta α y, me gusta el día y la noche, me gusta la tierra y el asfalto, el mar y la montaña, la carne y el pescado, la pasta y el arroz; me gusta la marcha y la quietud, la pasión y la ternura; me gusta lo clásico y lo contemporáneo, lo oscuro y la luz. En fin, que es difícil no contentarme jajajaja, pero me resulta complicado elegir. Al tiempo, mi capacidad de sorpresa, temo, se está saturando, ¿quedará espacio en el disco duro?

Sin embargo, todas mis vacilaciones, dudas, titubeos e indecisiones desaparecen cuando piso caminos de madera. Esos caminitos sólo pueden llevarnos a sitios idílicos y maravillosos, espléndidos, recónditos lugares. Por ellos piso firme, llenándome de fuerza, de pensamientos positivos, de energía revitalizante. Mis ojos urbanos enredándose en la naturaleza, pienso que esos árboles centenarios me observan, pienso que rocas, agua, aliento están ahí desde el principio de los tiempos. Y yo sólo soy un minúsculo ser que está de paso. Existieron antes, existirán cuando de mí ni queden las cenizas de mis huesos.

Paseando por este hermoso paraje, La pasarela de Cristosende, en el concello de Parada de Sil (Ourense), en plena Ribeira Sacra, es en estas cosas en las que me entretengo pensando y soñando mientras mis ojos, oídos y nariz quedan extasiados por el maravilloso paisaje, los sonidos y aromas que me rodean.

Por estos caminitos de madera paseará también el personaje que en mi imaginación he visto dirigirse caminando hacia su destino, que no es otro que  -no podía ser de otra manera- una mujer. Muy pronto...

De momento dejo que os vayáis empapando de las sensaciones del lugar. 
Uol

Vídeo: Final del otoño en La Pasarela de Cristosende, Concello de Parada de Sil, en Ourense, Galicia (España)

4 comentarios:

  1. Precioso el vídeo. Siempre he pensado que el que lo tiene todo claro es porque no ha pensado lo suficiente. Espero tus textos pronto.

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  2. Bonito es el lugar, pero gracias.
    La primera entrega saldrá el día 13.
    Bicos.

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  3. Me sucede exactamente lo mismo que comentas aquí. Me anima la sensación de "estar de paso". Una mirada hacia las montañas, que llevan ahí millones de años, me da fuerzas para correr a saco en un entrenamiento a solas. Quizá porque me confirman la incoherencia de las actitudes solemnes, de la gente que no acepta nuestro derecho a burlarnos de las religiones (ahora que ha pasado lo de Charlie Hebdo). Siento que todo debería ser menos serio, menos dramático. Que las montañas no se van a caer porque alguien no vaya a misa. Lo curioso es que también me pongo en la piel de los creyentes y pienso que tienen todo el derecho a construir sus mezquitas y hacer su vida a su manera, y al mismo tiempo veo un choque inevitable a medio plazo. Llegan de países africanos que han sido explotados, empobrecidos por las potencias colonialistas occidentales durante varios siglos. Gran parte de la riqueza que por derecho propio pertenece a los africanos está en Europa y Norteamérica, así que veo natural la actual migración que nos aborda. Por humanidad y democracia debemos aceptar a gente de otras culturas, pero si dentro de 30 años hay millones de islamistas y tienen representación política, nos cambiarán las leyes, nos obligarán a vivir como dicta su religión, y quizá nos convirtamos en terroristas. La humanidad sólo avanza tecnológicamente. En lo moral, cada región avanza un tiempo y vuelve a retroceder. Y siempre tengo la duda de si es mejor aceptar pacíficamente esa nueva cuesta arriba del bucle, o armar una revolución que nunca se sabe cómo acabará. Tengo un amigo que acaba de volver de Argelia, donde ha trabajado los últimos dos años y medio. Dice que allí no hay vida, todo es religión, muy estricta. Mujeres y hombres se reúnen por separado, en habitaciones distintas, incluso durante las bodas. Además, su creencia les exige tratar de convencer a otros hasta islamizar el mundo entero. No nos aclararemos con ellos. Sólo respetarán el agnosticismo y ateísmo mientras no sean una mayoría capaz de legislar. Tenemos grandes problemas económicos, pero nuestro nivel de vida actual en algunos países es inmensamente más cómodo, sano y seguro que el de la gran mayoría de la gente y demás seres vivos que han existido en la historia del mundo. Me jode darle vueltas al tema y no ver una solución buena para todos. Me veo en un rincón casi idílico rodeado por una selva densa y peligrosa, que es el pasado y el futuro.

    No he podido visitarte el blog últimamente. Se me estropeó el ordenador hace tres semanas. Ahora entro con el de mi padre, pero se bloquea continuamente.

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    1. ¡Vaya! ¡Te has despachado a gusto! ¡Lo que hacen los caminitos de madera!

      Y gracias por pasarte por aquí, pese a todo (lo que está sucediendo y el ordenador estropeado)


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