miércoles, 26 de febrero de 2014

El árbol del ahorcado



Cuando lo vio supo que era allí donde acababa su camino.
Fue desde entonces el árbol del ahorcado.

El árbol del ahorcado

Cando a viu soubo que era alí onde remataba o seu camiño.
Foi desde entón a árbore do aforcado.

A árbore do aforcado

sábado, 22 de febrero de 2014

martes, 18 de febrero de 2014

¿Qué me pasa? (Coda)




Caminaba de forma automática, entró en el hipermercado porque era martes, y los martes compraba el pescado ya que siempre había oído decir a su madre que los lunes no había pescado fresco a la venta, pues los pescadores no faenaban los domingos. Hacía mucho tiempo que esa premisa no era válida: bien sabía que el pescado se congelaba casi todo en alta mar, y los barcos faenaban cuando podían, incluso los domingos si entre semana las condiciones del mar impedían la pesca. Pero era martes, así que entró en el hipermercado, y antes de darse cuenta llevaba su paquetito de la pescadería sin recordar qué había comprado, y sus pasos lo habían encaminado a la sección de bebidas. No sabía cómo había llegado allí, sólo supo que le flojearon las piernas y sintió un mareo repentino cuando vio a aquella mujer que comprobaba en la etiqueta el tipo de uva de una botella de vino tinto. 


―¿Se siente indispuesto, señor Fernández?
Se dio cuenta de que estaba tumbado en el suelo y aquella mujer le tomaba el pulso.
―¿Me... me conoce? 
Vaya, no se ha dado cuenta. 
―Soy la doctora Andrade.
―¿Quién?
―Su médica de cabecera. Ha estado hace una semana en la consulta. ¿No lo recuerda?
Él asintió todavía confuso.
―¿Sigue sintiendo la opresión en el pecho de la que se quejaba? 
¿Era aquélla su doctora? ¿Cuál de ellas? Recordaba que había consultado dos veces hasta que acudió al médico de pago, total para nada. El matasanos a fin de cuentas venía a decir lo mismo.
―No sé qué me pasa. Me siento desorientado.
―Es normal, tiene la presión baja.
―¿Pero no era alta?
―Pues sí, pero ahora está baja. ¿Ha comido?
―¿Usted cuál de ellas es? ―preguntó el hombre sin responder a la cuestión.
―No comprendo―. La doctora le ayudaba a incorporarse. El hombre seguía un poco pálido.
―Fui a la consulta dos veces.
―Sí, estaba usted muy preocupado. Y me parece que no ha hecho caso a mis indicaciones.
―¿Usted me diagnosticó una intriguitis aguda?
―Eso dije, sí, agudizada por un enamoramiento repentino. Ya se lo dije la segunda vez. 
Pero ¿es la misma? 
El hombre la observó disimuladamente mientras se colocaba el abrigo.
―No sé si comprendo muy bien en qué consiste mi enfermedad―dijo dubitativo.
Ella suspiró.
―Pues pásese por la consulta cuando quiera y le aclaro las dudas que tenga―la mirada de la doctora dejaba entrever cierta contrariedad, ¿o era irritación?
―Quiero decir―aclaró él desazonado― que, bueno... ¿cómo he podido enfermar así? ¿Me habré contagiado?
Ella se acercó un paso y lo miró fijamente. El señor Fernández sintió calor en la cara de repente.
―¿Lo cree posible? ―preguntó ella. 
¿Era jocosa esa sonrisa o era ansiosa? 
―Es que... no sé. Nunca había experimentado estos síntomas. Y esos remedios...
―Se trata de una única enfermedad, los síntomas digamos que van en aumento si no se... atajan. Y le garantizo que el tratamiento propuesto es efectivo.
El hombre se ruborizó hasta las entradas  de la amplia frente.
¡Por fin! 
―Bueno, señor Fernández, espero que se mejore― la doctora se despedía. ¿O se rendía?
―¡Espere! ―¿era él quien había gritado?―Espere...¿no la he visto a usted antes?
―En la consulta, ya se lo he dicho.
―No, no, me refiero a antes.
Ahora fue ella quien pareció vacilar.
―Pues... ― una mujer pasó con el carrito por el pasillo y se aproximaron el uno al otro para dejarla pasar.

La doctora Andrade entonces, sin previo aviso, olfateó el cuello de Fernández, giró hasta su boca y lo besó. La opresión del pecho del hombre se disipó, liberándose igual que un gas que escapase de un globo hinchado, pero sin hacer ruido. Él devolvió el beso con intensidad, casi con fervor. Así estuvieron unos minutos que al hombre se le hicieron una dulce eternidad, hasta que la doctora se separó de él. 
¡Joder con la doctora, ella... ella... la intriguitis, el amore subito y la represión sexual de los instintos! 
―¿Vives cerca?
―Sí, sí... bueno, no, pero tengo el coche ahí aparcado― el corazón le latía con fuerza.
―Va siendo hora de que te aplique el tratamiento en tu domicilio. Eres mal paciente: obstinado, indisciplinado e hipocondríaco.
―Yo... ―él la miró de reojo, ¡oh, Dios!


El señor Fernández nunca se imaginó que los ósculos, la cópula y la mutuae masturbationem fuesen un remedio tan eficaz para curarse del amore subito.



Tras la fulminante curación, la doctora Andrade se prometió a si misma que no volvería a pasar consulta a domicilio.


Esta coda o epílogo es el final de una trilogía. La primera parte puedes verla clicando aquí. La segunda acá y la tercera la leerás pulsando aquí.
Uol

viernes, 14 de febrero de 2014

Regalo de San Valentín

MI REGALO

Toma, toma, toma
para que te acuerdes de mí
cuando mañana estés sola.
Toma, toma, toma,
tenlo siempre cerca de ti
como si fuera tu sombra.

Es un simple regalo,
es un detalle de amor,
un muñequito de trapo,
míralo, cuídalo, bésalo,
llévalo dentro de tu corazón,
pero toma, toma, toma,
esto lo compré para ti,
pero ni habla ni llora.

Toma, toma, toma,
sé que a ti te hará muy feliz,
con eso tengo de sobra.

 Raphael, 1966





Bueno... es necesario un poquito de humor.

Y si eres uno de ésos despistados que todavía no ha pensado qué regalarle a su chica, ahí va otra idea: 
Regalo de san Valentín

En fin, vais a pensar que soy poco sensible y nada romántica jeje.
Lo cierto es que este blog va de lo que va, aunque hace tiempo que sus ramas se han desviado hacia lugares nada insospechados.

Para mí la complejidad del amor estriba en su sencillez. Como en aquellos versos:

Quérote como o meu bisavó
levaba a boina,
altamente
e sempre na cabeza.

Quérote como a miña avoa
facía as filloas,
fariñosamente
e co sangue da derrota.

Quérote como o gato que durmía
a carón da lareira,
despistadamente
pero cun ollo no rato.

Raúl Gómez Pato: Choiva, vapor e velocidade.(1999. Edicións Positivas)


 Y vosotros... ¿cómo (me) queréis?
¿Os animáis?
Quérote como...

Bicos, meus lectores!

lunes, 10 de febrero de 2014

¿Qué me pasa? (III)


(Puedes leer la primera parte de esta historia aquí y la segunda acá)

La sala de espera de la consulta era elegante aunque aséptica, como corresponde a la de un eminente  médico privado. Él, como buen arapahoe, ya no se fía de las señales de humor en el cielo, y ha decido apoquinar sus buenos dineros para consultar con un especialista del ramo, con buenas referencias y HOMBRE.

La señorita enfermera de edad indefinida lo llama.
Señor Fernández, ya puede usted pasar.

El médico tiene años suficientes para peinar canas de la vida y de la profesión. Eso lo tranquiliza, no quiere él a un chiquilicuatro.
A ver, siéntese en la camilla. ¿Dígame qué le sucede?
Verá usted, doctor, llevo semanas con una fuerte opresión en el pecho.
Bien, indíqueme dónde.
Aquí -y se señala con decisión un punto indeterminado entre el corazón y el plexo solar.
A ver, ábrase la camisa, por favor.
Sus manos no tiemblan. La camisa es similar a la de ayer y hace tres días, de igual factura y marca. Pepita debe haber abierto los ojales, piensa confusamente él.
El facultativo tiene el aspecto de ir a fumarse un puro en cualquier momento. Toma el fonendoscopio y lo ausculta. Él tiembla una vez más al contacto con el frío metal, pero el médico no lo calienta ni se disculpa. Él se remueve fastidiado en la camilla.
Pumpumpum   pum    pum    pum    pum   pu   pu   pu   pu    p     p    p 
¿Es usted hipertenso?
(¿Es que todos iban a preguntarle lo mismo? Debe ser parte del protocolo, sospecha él)
No... sólo tenso.
Si estuviese fumando el puro, el doctor tosería ahora con bronquio flemático.
¿Y algún otro síntoma aparte de la opresión en el pecho?
¿Le parece poca cosa? (¡Decididamente deben tener un  vademécum de preguntas para gilipollas y se creen que yo soy uno, buenos están todos éstos! ¡ja!)
Bueno... (si iba a pagar por la consulta debía explicarse mejor). A veces me río solo. A veces siento que floto.
El médico se pone las gafas de la presbicia y le manda sacar la lengua (¡coño,  esto es nuevo!)
Le palpa también los ganglios de la garganta y observa el blanco de los ojos (¡Si es que dónde esté la sanidad privada!)
¿Y cuándo sucede eso? -el médico lo mira por encima de las gafas.
Por las mañanas -vaciló-. A veces por las tardes. Y últimamente cuando me acuesto. La cama flota, me elevo. ¿Va a tomarme el pulso? Y le ofrece el brazo, que semejaba pesarle una tonelada.
El doctor asiente con la cabeza, parece cansado de su actitud. (¡Pues que se jorobe, piensa él, para eso le pago)
Le coloca el tensiómetro. Sus dedos gordezuelos están calientes.  Tiene las puntas de los dedos índice y corazón algo amarillentos. Ajá, fumador de puros -confirma él satisfecho de su intuición.
Fiiiiruuruurururu
Alta.
¡Qué novedad!
¿Ya lo sabía?
Desde hace tres días. ¿Qué tengo?
No se preocupe, nada raro. Pero para asegurarnos le haremos un análisis de sangre, un cultivo de orina y un electrocardiograma (¡Joderrrrrr, me va a costar una pasta!)
¿Es necesario?
Es para su tranquilidad.
Eso dicen todos -masculla entre dientes él.
¿Cómo dice?
Nada, nada. ¿Pero qué es, es grave?
No se preocupe, es bastante corriente. De entrada, le voy a recetar estas cápsulas de plantas medicinales que elaboramos en nuestro propio laboratorio, todo natural. Además tomará este tónico para el corazón; le dice al farmacéutico que se lo prepare al 5%. Si sigue mis instrucciones, se recuperará enseguida.
¿No estoy enfermo, pues?
Bueno, es relativo.
¿Relativo? -se sorprende él-. ¡O estoy enfermo o no lo estoy! -y no pudo evitar cierto tono de enfado en su voz-.  ¿Cuál es mi dolencia, si la hay? 
Repressio sexualem instincts. 
¿Eh?
Junto  con Exaltationem animi cupiditas carnalis, aumentado por curiosus feminam distat et inaccessibilis. 
Él puso cara de honda preocupación. ¿No tengo Enamoramiento repentino?
Puede llamarse así...
¿E intriguitis aguda?
¡Desde luego! Todo ello acentuado por la represión sexual de los instintos.
¡Manda güevos! -exclamó él-, y perdone.
De huevos va la cosa, sí -y el médico esbozó por primera vez una sonrisa.
Mire, aparte de los medicamentos expeditos, yo le aconsejo ayuntamiento carnal inmediato con hembra disponible o, en su defecto, manual sexus masturbationem. ¡Ya verá qué bien duerme!!
¿Y ya no flotará la cama?
Oiga, ¡eso ya depende de usted, de la parienta o de su impulso!

Salió de la consulta, no sabía si alegre o confuso.
La señorita de la puerta le pasó la minuta: 150 euros por la consulta, 37 por las cápsulas y  58 por el tónico. Le cobrarían aparte el electrocardiograma (400 euros) y el análisis de sangre (250) cuando los realizase.
Bueno... ya llamaré para concertar fecha -se escaqueó él espantado.
¡La sanidad privada estaba fatal! ¡Casi trescientos euros para decirle que se la endiñara a alguien o se la cascara! ¿Y para esto necesitaba alforjas?
(Puedes leer el epílogo de esta historia aquí)

(Esta trilogía fue escrita para J. F., con humor y amor)
Uol 


jueves, 6 de febrero de 2014

¿Qué me pasa? (II)

 (Si quieres leer la primera parte de esta historia, clicka aquí)

A ver, siéntese en la camilla. ¿Qué le sucede?
Llevo semanas con una opresión en el pecho.
Ajá, indíqueme dónde.
Aquí.
A ver, ábrase la camisa, por favor.
Sus manos tiemblan otra vez, esta doctora Lou parece más cálida que la otra, pero no se fía. De nuevo le cuesta pasar los botones por los estrechos ojales, qué estrechos, parecen que los han reestrechado esa mañana de nuevo.
Ella espera, paciente, y discreta mira a otro lado. Cuando él termina, lo ausculta. Él tiembla al contacto del fonendoscopio. ¿Por qué siempre está frío este aparato? ¿Es que lo conservan en la nevera? ¿Se descompone si no?
Lo siento -dice ella, y la sonrisa acompaña la disculpa; calienta entre sus manos el metal.
Pumpumpumpumpumpum pum pum pum pum pum pum
¿Es usted hipertenso?
Él se revuelve en la camilla. (¿Es que todas iban a preguntarle lo mismo? No, joderrr, estoy nervioooooso)
No... sólo tenso.
Ella no dice nada. Pero oculta una media sonrisa.
¿Y siente algo más?
¿Más?¿Le parece poco? (¡No iban a torearlo otra vez, menudo era él, un arapahoe de primera!)
¿Algún otro síntoma?- ella no se amilana y le sostiene la mirada.
Bueno... -concede él porque la mujer lo mira con franca preocupación-. A veces me río solo. A veces siento que floto.
Ella  frunce ligeramente el ceño.
¿Y cuándo sucede eso?
Por las mañanas -vaciló-. A veces por las tardes. Y últimamente cuando me acuesto. La cama flota, me elevo. ¿Va a tomarme el pulso? 
Sí - dijo ella sorprendida-. ¿Cómo lo sabe?
Nada,  es que tengo la sensación de vivir un déjà vu.
¿Cómo?
Él no respondió y le ofreció el brazo, que semejaba pesarle una tonelada.
Le coloca el tensiómetro. Sus dedos están frescos. Tampoco esta doctora tiene manos calientes.
Fiiiiruuruurururu
Alta.
¡Qué novedad!
¿Ya lo sabía?
Desde anteayer. ¿Qué tengo?
No se preocupe, nada raro.
Eso dicen todas.
¿Cómo dice?
Nada, nada. ¿Es grave?
Para nada. Es bastante corriente. Si es usted ansioso, pues le receto unas pastillas, pero vamos, pienso que no le harán falta si sigue mis instrucciones.
¿No estoy enfermo, pues?
¡Desde luego!
¿Desde luego? -y no pudo evitar cierto tono de temor en su voz-. Pero, ¿qué tengo, doctora? ¿Cuál es mi dolencia? 
Amore subito pro prodigiosus mulier 
Él puso cara de honda preocupación. ¿No tengo una intriguitis aguda?
¡Por supuesto que no!
Entonces, ¿qué tengo,  doctora? -y él buscó su mirada, asustado por primera vez ese día-. ¿Qué es?
En cristiano: Enamoramiento repentino. Se cura de la siguiente manera: Annuntiate amorem mulieris osculum et sexus. 
No la entiendo, doctora. ¿Osculum?
Sobre todos muchos ósculos, muchos.
¿Posología?
La dosis mínima para comenzar son varios ósculos por la mañana, otros a media tarde, y muchos a la noche. Antes de irse a la cama puede, y debe, aplicar más ósculos. ¡Ya verá que bien duerme!!
¿Y ya no flotará la cama?
Flotará mejor que nunca si cumple la segunda parte del tratamiento.
¿Y cuál es? 
Fornicandi cum mulieribus. 
¿Fornican... qué?
Ella se impacientó por primera vez.
Sexo, practique sexo con esa mujer. Y ya verá como no tiene más taquicardias que las habituales en estos casos.
¿Pero así...?
Así, después de Annuntiate amorem. Dígaselo.
¿Que se lo diga?
Como lo oye.

Salió de la consulta, no sabía si alegre o confuso.
La sanidad pública estaba fatal. La receta que le hizo la doctora es recomendarle besos y folleteo.
Tendría que consultar su caso con otro doctor. Debía ser algo grave cuando le decían cosas tan distintas. Pero esta vez consultaría con un hombre. ¡A ver si esa vez su tensión era la normal, y no esta locura desaforada!

Uol
(Encontrarás la continuación de esta historia si pulsas en aquí. El epílogo está acá)
  (Esta trilogía fue escrita para J. F., con humor y amor)