miércoles, 14 de agosto de 2013

El féretro

 
Romería de Santa Marta de Ribarteme, As Neves, Pontevedra, Galicia (España)

Nunca lo hubiera creído posible. Negaría tal posibilidad apostando su mano diestra. Pero lo cierto es que allí estaba ella: dentro de un ataúd. Viva.

El sol caía implacable en vertical. No podía abrir los ojos pero tampoco deseaba hacerlo. Llevaba lentes oscuros, más para ocultar su identidad que para protegerse de la hiriente claridad, pero nada podía impedir que cualquier persona leyese en sus mejillas (que oscilaban entre la palidez cada vez que sentía el movimiento del féretro bajo su espalda, y el sonrojo que experimentaba al ser consciente del desatino de su decisión) su rostro hipócrita de descreída.

Ella, dentro de un féretro -sin tapa por supuesto-, forrado de seda blanca, las manos entrelazadas sobre el abdomen. Un ataúd portado por cuatro hombres desconocidos. Cuando la alzaron sintió pánico y aferró las manos a los bordes de la caja. Acostumbrarse al suave bamboleo le costó varios minutos. Estaba rígida y tensa allá arriba, los ojos cerrados bajo las gafas de sol, escuchando oraciones y responsos.

Romería de Santa Marta de Ribarteme, As Neves, Pontevedra, Galicia (España)

El féretro se movía a ritmo de procesión, con el bamboleo bailarín que ella conocía de las andas de los santos o el de la virgen del Carmen que portaban las mozas solteras allá en el pueblo en el día señalado. Pero en ella nada apuntaba a la santidad por mucho que él dijese que era muy bueniña.
− Boíña eu? Eu quero ser mala malísima.(1)

Cuando se lo pidió, la miró con incredulidad y espanto. ¿Ofrecida? ¿Dentro de un ataúd? ¿En procesión alrededor de la iglesia? Después le entró la risa. ¿Ella, la claustrofóbica? ¿Ella, la agnóstica?
− Debes cumplirla. Una ofrenda es una ofrenda.
− Pero yo no hice tal promesa, abuela, ni loca de atar haría tal cosa. Yo no…no creo en eso.          
− No crees, pero lo dijiste. Pediste Sálvalo,  Dios mío, sálvalo. Yo te oí como lo decías llorando tras el cristal. Un día y otro, asida después a su mano. Pedías su salvación. 

Ella no supo qué decir, no podía negarlo: lo pidió. Lo pidió como se pide que lleguen las nubes con su carga húmeda o a las mariposas que cesen su vuelo.

− Sí, abuela, pero…yo no hice esa promesa, ir en un ataúd es de locos. ¿Cómo iba yo a ofrecerme para tal locura?
− Lo hice yo.
− ¿Qué?
− Yo te ofrecí. Y debes cumplir la promesa.

Y ahora estaba allí, día 29 de julio, dentro de un ataúd alquilado a la parroquia, oculta tras unas gafas de sol, esperando que nadie la reconozca. Su abuela y él a los lados del féretro, acompañándola.

Él al principio también se negó a contemplar tal horror. Pero los ojos serios de la abuela y su propia cicatriz reflejada en el espejo atravesándole la cabeza de lado a lado, lo obligaron a participar de la pantomima.

Otros tres féretros iban en procesión: dos mujeres más y un hombre, todos mayores que ella. Sólo el hombre mencionó un hijo recuperado del coma tras un atropello. Como él, pensó ella. Doce días en coma. Puñetera moto. No le pidió que no se volviese a subir a una. De momento estaba destrozada en un desguace. De momento, no tenía dinero para otra. Pero ella sabía que todo era de momento.

Romería de Santa Marta de Ribarteme, As Neves, Pontevedra, Galicia (España)

Y por la moto y por la devoción de su abuela, ella estaba metida en un ataúd atravesando el atrio de la iglesia de santa Marta de Ribarteme camino al cementerio. Sudaba, tenía sed. Su abuela le había ofrecido un abanico, pero ella imaginó la escena: una muerta abanicándose, y le pareció demasiado surrealista. No quería verse al día siguiente en una foto en el periódico comarcal, una instantánea que nada tendría que ver con las de Cristina García Rodero. Pero cedió ante el calor asfixiante. Sólo pedía que aquello acabara ya. ¿Serviría de algo esa payasada? Sin fe, ¿por qué se prestaba a aquello? ¿Quedaría cubierta la promesa o permanecería pendiente en el Libro Divino en la casilla de Debe? ¿Sabría Dios de su escepticismo? Pero ¿qué escepticismo? Desvariaba ¡qué lío! Sin verla, sabía que su abuela rezaba con un rosario entre las manos caminando a su lado. Él iba también, pero avergonzado, con los ojos bajos. ¡Era él quién debería estar en su lugar! Ay, pero no, estuvo tan grave que verlo ahora dentro de un féretro sería impactante: sólo pensarlo le hacía daño. Porque durante aquellos doce días lo pensó, pensó que inexorablemente seguiría a una comitiva como aquella,  pero tras  un féretro cerrado, respirando el olor pegajoso de las flores que todo el mundo llevaría a pesar de la indicación expresa de que no se recibían.

¿Qué se sentiría? Muerta, quería decir. ¡Qué tontería! La muerte es el no-sentir. Por eso le espantaba, no sentir, no sentir el viento en la cara, la lluvia en  los pies, el calorcito tras el baño en la playa; la caricia cálida de las grandes manos de su abuela, el abrazo del amado, los besos robados de su adolescencia, el deseo de su hombre contra su vientre. No sentir. No sentir es para ella la muerte. Pero ella sí percibe la dureza del cajón, el bamboleo contra los bordes. Él le aconsejó que se dejase llevar, igual que si fuese de paquete en la moto. Pero ella de paquete sólo fue una vez. Argumentó que le daba miedo. Sin embargo, la verdad era otra: no confiaba en él, en su pericia pilotando la máquina o en su sensatez, no sabía. Pero era  falta de confianza. Y no quería decirle eso. No quería. Y, bueno... allí estaba ella, dentro de un ataúd a causa de la puta moto. 

Romería de Santa Marta de Ribarteme, As Neves, Pontevedra, Galicia (España)

Ayyy, no debería pensar esas cosas en medio de una procesión. Y además él no tiene la culpa, la culpa es de su abuela. Su abuela de manos calientes que la metía en su cama en tardes pesadas de tormenta y rezaba oraciones contra el poder del rayo y el trueno. La abuela y sus oraciones. La relajaban. Bueno, eso o aquellas oraciones eran narcolépticas, mantras adormecedoras, porque siempre se dormía escuchándolas. Se dormía calentita y protegida. Era su abuela y su cercanía, claro, pero ya nunca podrá desligarla de aquellos rezos y oraciones de los que nunca prestaba atención a las palabras, sólo al ritmo, ese ritmo adormecedor. Al parecer ésa es la función de los rezos en voz alta: la necesidad de concentrarse en las letras, en las respuestas, hace que la respiración se regularice y la ansiedad disminuya o desaparezca.

Y sí, ahora, cuando tiembla de miedo y angustia, ahora añora aquellas noches con su abuela y sus palabras relajantes. Su abuela ya no la convoca a su cuarto; ya ella no se refugia en su regazo: le saca dos cabezas. Pero en ocasiones, lo reconoce, cuando la angustia le aprieta, cierra los ojos y reproduce aquel ritmo hipnótico y se siente protegida en sus brazos.

La comitiva se detiene. Las salmodias incrementan su intensidad Virxe Santa Marta, estrela do norte, traémosche os que viron a morte (2). Ella vuelve a asirse a los bordes del cajón. Huele de pronto a cera derretida. ¿Olerán los muertos la cera y las flores? ¿Olerán las lágrimas de los deudos? ¿Escucharán las caricias sobre la caja? ¿Olfatearán los besos al aire? Mira al cielo, una nube se ha interpuesto entre el sol y ella. Siente el viento en la cara.

Tu abuela es una beatona, le dijo él. ¡Ni a mi madre se le hubiese ocurrido tal cosa!

Sí, era un desatino, pero ¿quién era él para opinar? Su abuela…bueno, su abuela era su abuela. Él se había recuperado y ella estaba cumpliendo una promesa.

De súbito los cantos cesan y el féretro desciende. Han regresado a la iglesia. Descubre en los ojos de los mozos que la depositan en el suelo una mezcla de conmiseración y regocijo. La sonrisa de su abuela es protectora y cariñosa, un manto que la cubre, que la trasporta a su infancia feliz. Él no la mira. Está abochornado, claro. Bueno, no ha visto a nadie conocido, pero hay feligreses haciendo fotos, o quizás sean meros turistas alucinados por estas macabras costumbres locales. Pero la que está dentro de un ataúd es ella. Y él le rehúye la mirada. Quiere salir ya de allí, pero la abuela le hace un gesto y ve como se acerca el sacerdote que recita latinajos y bendice a los ofrecidos con el hisopo. Una gota de agua bendita le cae en la comisura de la boca. Sin pensarlo, la recoge con la lengua. Y en ese momento lo sabe. Sabe que nunca más habrá puta moto ni puto novio.

Sonríe a su abuela cuando por fin sale del ataúd.
− E os mortos gozarán deste paseíño no cadaleito, avoa?
 − Os mortos senten, neniña, senten. E compadécense de nós.
− Avoa!
− Xa, xa… xa sei. (3)

(1)  -¿Muy buena yo? Yo quiero ser mala, malísima.
(2) Virgen Santa Marta, estrella del norte, te traemos a los que han visto la muerte.
(3) − ¿Y los muertos disfrutarán con este paseíto en el ataúd, abuela? 
− Los muertos sienten, hijita, sienten. Y se compadecen de nosotros.
− ¡Abuela!
− Ya, ya… ya sé. (3)

Uol

NOTA: Agradezco efusivamente a los autores del blob "Un paseo, una foto" la cesión de las fotos que llevan su nombre. Si queréis ver más imágenes y la entrada que sobre esta romaría elaboraron ellos, podéis hacerlo clicando  aquí.

11 comentarios:

  1. Magnífico relato. No es facil tratar un tema conmo este, pero tu história es muy buena. Gracias por utilizar nuestras fotos y por enlazarnos.

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    1. Gracias a vosotros por cedérmelas y por pasaros por aquí. Como visitáis tantos lugares y hacéis buenas fotos puede que vuelva solicitar vuestra generosidad en otra ocasión ;-)
      Un abrazo!

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  2. Qué bueno que me avisaste de este relato, me encantó, está lleno de elementos interesantes, desde una costumbre que desconocía hasta la reflexión filosófica que encierra cada pregunta que aparece en el texto.
    Sabes, esta extensión es la que más me atrapa, los microrrelatistas generaron microlectores: una pena.
    Un fuerte abrazo.
    HD

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    1. Gracias por tu visita, Humberto.
      Me alegro de darte a conocer esta tradición. Este año fue ofrecido en ella un reportero que grabó todo para el National Geografic :P

      Los microrrelatos me cuestan más: tiendo al exceso jeje y los dejo para los dardos o las preguntas y respuestas ácidas. Y no me veo competente para una novela, y en todo caso no tengo paciencia para planificar algo que me llevaría meses o años terminar, así que zapatero a tus zapatos :P
      Un beso!!

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  3. Hola!

    Aunque la cultura o la tradición ya de por sí pueden tener una carga específica que le da valor, opino que algunas de estas tradiciones lo único "bonito" que tienen es congregar a las personas. Por lo demás no me parece ni vistoso ni agradable.

    No sé si a la comitiva fúnebre le acompañan gaitas, pero sería mucho más vistoso con un toque más enxebre.

    Y respecto a la fe... opino que debería de ser algo personal y sólo transferible a las personas que estén por la causa.

    El relato, no acabo de ver claro si es en primera o tercera persona, pero si es en tercera, me parece que lo has construido muy bien, muy creíble.

    Un besito :-)

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    1. Èsta romería dos cadaleitos es de las más peculiares que se conocen y supongo que conecta con la naturalidad con que se integraba la muerte en la vida cotidiana, no como ahora, que se oculta, e incluso algún político dice que al día siguiente del fallecimiento de tu familiar (padre, madre, hijo...) ya puedes ir a trabajar, como si el duelo no fuese vital.

      Lo de las gaitas imagino que es ironía :-P

      La fe, por supuesto, es intransferible, si no ¡ qué comodidad! Me sobra, te paso de la mía. Póngame tres cuartos y mitad de fe. :-P

      Narrador y protagonista se funden y confunden, como debe ser en este caso.

      No sé si te ha gustado o no, pero gracias por leerlo y comentar.

      Un abrazo!

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    2. Sí, la muerte forma parte de la vida. El ser humano la ha tenido presente desde hace miles de años, y ahora, como todo lo que nos haga pensar, o distraernos del presente rosa pastel, la arrinconamos
      El duelo es imprescindible para asumir la pérdida, y eso requiere un tiempo

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  4. Fantástico... todo lo que hacemos por los muertos!

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  5. Conocía esta romería de algún breve en un telediario,
    pero esta magnífica recreación "desde dentro" pone los pelos de punta.
    Te felicito por tan detallado y excelente relato.
    No sé si yo me atrevería a hacer algo así.
    No podría dejar de pensar en las personas cercanas que han hecho ese último paseo.

    Un abrazo

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    1. Vlixes, yo nunca haría algo así.
      Aunque la teoría es que celebran que se le han escapado a Tánatos y dan gracias.
      Yo me escondo, a ver si olvida que estoy en esa "lista".
      Besos.

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