sábado, 1 de septiembre de 2012

El dandy

        Tenía un aire a lo Cary Grant, su misma mirada burlona, y pronto descubrí que idéntica lengua afilada. Claro que vestido de esmoquin de chaqueta blanca y en la Riviera francesa, ¿qué otra cosa cabía esperar? Explicar los sinuosos derroteros por los que yo me hallaba allí una tarde de finales de verano sería cuento largo, así que los obviaré; sólo señalaré que me sentía como mosca sobre merengue y deseando largarme cuanto antes de un ambiente tan rancio y semejante a un decorado de comedia de los años 50.

Cary Grant

      Mi acompañante quiso entrar en el casino y aunque le advertí que no tenía contactos y cash suficiente, lo cierto es que hizo algunas gestiones con ese fin. Yo me limité a esperarlo en los jardines delanteros del majestuoso edificio con mi vestido de gasa meciéndose por la brisa suave del atardecer, convencida de que estaría de vuelta en unos minutos y cenaríamos en algún bistrot cercano, y eso sería lo más cerca que estaríamos de pisar las mullidas alfombras del Casino de Montecarlo. 

Casino de Montecarlo, Mónaco

   Me senté en un banco de piedra sintiéndome algo irritada por el empecinamiento de Pau de jugarse los cuatro chavos que tiene en la ruleta. Pero me dio la risa cuando recordé que había alquilado un esmoquin que le quedaba grande. Pau con esmoquin, nadie me creería si lo contaba. Fue entonces cuando una voz sonó a mi espalda sobresaltándome. 

− ¿Le parece graciosa la vista? 
Me volví y allí estaba él, un dandy de los de antaño, un galán de los 50, con las sienes ya plateadas y con ceja erguida a lo David Niven pero más guapo. Un ligón profesional, vamos. 

David Niven

− Me lo está pareciendo ahora –señalé socarrona. 
− Sí que es divertida usted, chérie
− Me lo dicen muchas veces. 

Ahora fue él quien se rió. 

− ¿Y qué hace aquí tan sola? ¿Espera a alguien? 
− Pues sí. ¿Y usted, va al Casino? 
− El azar me ha traído otra cosa. Y yo sigo la estela de lo que me gusta. 
− ¿Y qué le gusta? 
− Las mujeres que ríen solas, por ejemplo. 
− Oh, es usted todo un galán. Ya sólo le falta el descapotable –me burlé. Aquella situación empezaba a hacerme gracia de verdad. 
− El vehículo lo tengo aparcado en esa calle lateral. Si le apetece y me acompaña, puedo enseñarle unas vistas maravillosas de verdad. 
(Eh, para el carro) Ya le he dicho que no estoy sola. Y además, caballero, es usted un completo desconocido. 
− ¿No se fía de mí? 
− ¿Debería? –me puse en pie para apartarme un poco de él, que se había sentado a mi lado. Empezaba a sentirme un poco sofocada. Miré hacia el Casino maldiciendo a Pau, que no aparecía. 
− Sólo pretendo enseñarle algo más de este lugar que un edificio donde las vanidades se arrastran todas las noches sobre un tapete verde. 
− Hum… −no pude añadir nada más porque en ese instante mi Samsung Galaxy S2 vibró. Me aparté y leí el whatsApp: “ha surgido un problem, nos vemos + tarde hotel”. Pero ¿qué diablos? sucede algo? que te ocurre? Miré de reojo a Cary Niven que me miraba arqueando la ceja y sonriendo ostentosamente. “No, no problem, me ha surgido algo. No te enfades. Nos vemos mañana”. Este cabronazo ya ha pillado, alguna camarera, seguro. Que te den! “Eso intento”. ¡Lo que faltaba! Mi cara debía ser un poema porque el dandy dijo: 
− Si su acompañante se encuentra indispuesto, yo reitero mis servicios. 

Me dieron ganas de estrangularlo. 
− No se moleste, conozco el camino. 
− La invito a cenar; de todos modos, cenar tiene que cenar. Conozco un pequeño restaurante sur la mer que le encantará y las vista son magníficas. Si nos apresuramos veremos como cae el sol. 
− Lo dudo –aún seguía cabreada con Pau. 
− ¿Qué duda? –estaba desconcertado. 
− Que la puesta de sol sea magnífica. 

Alzó una ceja. 
− Probemos. 
Éste no sabe con quien juega, pensé. 
− ¿Y por dónde cae el restaurante?− por Dios, nena, ¿y tu exquisita educación de internado monjil? 
− Por la route de Nice. 
− Entonces no llegaremos a tiempo –objeté. 
− Ah, non, ma petite; es muy cerca, pero en esa dirección. 
Lo miré fijamente y la verdad es que me pareció inofensivo. Sonreía con dulzura y cierta ansiedad, y me pregunté si ensayaba sonrisas sinceras en el espejo. 

− ¿Y el descapotable? − Estaba muy vacilona yo. 
Ici –y señaló hacia la izquierda. 
Caminamos unos metros hasta una calle lateral y le dio al mando electrónico. 
¡Coño, era cierto! Un BMW cabrio de color blanquecino encendió las luces y tuve que dominar la necesidad de quedar boquiabierta. Vacilé y él se paró en seco. 
Alors? 
Entonces, como una ráfaga, un pensamiento me cruzó la mente. Cuando me abordó, yo estaba sola, arreglada y parada delante del Casino. 
− Oye, no habrás creído que… 
Quoi…? 
− Pues que te has equivocado, nene, que yo no soy una… 
Él me miraba francamente desconcertado. 
− No comprendo. 
− Que no soy una… cocotte
Quelle chose? 
Suspiré. Era guapetón aquel hombre. Nunca me había fijado en un hombre de su edad. No es que fuera muy mayor, pero yo estaba en otras cosas. Sólo había que ver al loco de Pau, que me había arrastrado por los cámpings de media Costa Azul con la excusa de los campos de lavanda, Van Gogh y los trigales para sus cuadros, y en realidad se estaba cepillando media campiña. Y yo a verlas venir. 
− Nada, nada. Ya te lo explicaré si hace falta – si me iba a subir al coche de un desconocido (perdona, mami, ya sé que me lo advertiste un millón de veces) por muy ostentoso que fuese, debía tutearlo. 

Me subí al descapotable, joder, asientos de cuero blanco. No es que a mí los coches me llamen mucho, la verdad, yo con mi utilitario voy sobrada, pero el coche era bonito, eso no se podía negar. Como sé que a los tíos sus coches se la ponen dura, decidí seguirle el juego: 
− Muy bonito, el coche –seguro que ahora me larga todos los detalles. 
− Serie 6 –dijo lacónico. 
− Bonito color. 
− Mineral White 
− Oh, vaya. – Se giró y sonrió. Creo que se burlaba un poco de mí. 
Al poco enfilamos la Avenue du Trois Septembre. La noche era cálida y yo iba mirando el mar a lo lejos, que desaparecía y aparecía según la carretera se internaba un poco o se acercaba a la costa. 

El restaurante era coqueto y pequeño, en un promontorio sobre el mar. Parecía una antigua capilla. Más abajo, cerca del agua, la piscina ovalada reflejaba luces turquesas. 
La vista era hermosa. Aunque los ocasos que yo conocía eran mil veces más hermosos, no me iba a poner quisquillosa ahora. Cenamos un pescado que no sé cómo se llamaba y bebimos un vino blanco muy fresco y sabroso. Después un tinto con los fromage

Philippe quería saber muchas cosas sobre mí y le conté algunas trolas, como que me había licenciado en arte y trabajaba como modelo ocasional de pintores. Creo que no me creyó ni media palabra de lo que dije. Ni siquiera que Pau y yo sólo éramos amigos. El dandy era agradable, tenía buena conversación y me rozaba delicadamente la mano o el brazo cuando se acercaba para aclararme alguna cosa. Yo me estaba poniendo piripi, dulcemente piripi. Y miraba sus ojos. Eran de color toffee, con unas motitas verdes si te fijabas mucho. Me gustaban: risueños, vivos, pícaros. Yo estaba algo nerviosa y movía demasiado las manos al hablar. Él me ayudaba cuando me faltaban palabras de mi francés algo oxidado. 

Con el café me pregunté a mí misma si realmente quería. Y sí, quería. Pero a mi manera. Philippe me preguntó si deseaba algún liqueur. Y yo asentí y lo besé en los labios, que resultaron cálidos y sabrosos, nada fríos, que no sé por qué pensaba yo que los hombres de su edad ya tenían los labios fríos. Al salir al aparcamiento me rodeó la cintura con su brazo, aún fuerte y fibroso, y sugirió ir al Hotel Cap Estel, donde se alojaba. 

− Ah, non, mon ami. Primero quiero ver el mar. 

Fuimos a un aparcamiento de playa cerca de Cap Estel. Aparcó el cochazo frente al mar. Fui juguetona, es cierto. Lo hice sufrir un poco. 

Me saqué la chaqueta, que me había prestado, y me senté sobre ella. Estiré las piernas sobre el parabrisas y me saqué las braguitas de encaje. 
− Oh, la la, te vas a enfriar, petite
− No creo, no le voy a dar tiempo. El panadero tiene que avivar el fuego del horno para hacer un lindo brioche
Je suis le boulanger? 
− Claro, mi panadero elegante y viril tiene que poner el horno a punto. 
Et bien? 
− Ven aquí. 
Mi dandy francés aquella madrugada aprendió los secretos de mezclar la harina, amasar, fermentar la barra de pan y llenar el horno. Bueno, seguro que ya lo sabía, pero se dedicó bien a ello como si fuese un inocente aprendiz. 

Amanece pronto en la Costa Azul, pero no llegamos a ver la alborada. 

Sonó el móvil. Era Pau. 
− ¿Qué tal? ¿Llegaste bien al hotel? Mañana te prometo una cena de tres tenedores. 
− No estoy en el hotel. Estoy en un BMW descapotable frente al mar con un dandy riquísimo que elabora vino en un Château y al que me he follado en los asientos de cuero; y ahora nos vamos a ir a su hotel, que está que te cagas. 
−Sí, claro, nena, y yo estoy con la Casiraghi. Nos vemos a la hora de comer. Bye. 

Hay hombres que no creen nada.

Uol Free

La Casiraghi










15 comentarios:

  1. Me pido ser el dandy.

    Si ya se que no soy guapo, pero si gracioso. No tengo dinero pero me encanta hacer de panadero. No hablo francés pero es legendaria mi avidez por conocer otras lenguas...

    ...además creo que llego el primero y eso tiene que contar un poco ¿no?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues no sé, Guille, yo pensaba que te gustaba la fotografía, no la repostería.

      De todos modos, tendré en cuenta tu solicitud.
      Y sí, eres el primero de la lista. Supongo que eso cuenta. :)

      Eliminar
    2. Una de las (pocas) cosas que hago bien es elegir mis prioridades.

      Entre mantener vivo el calor de un horno y una foto no hay duda.

      Eliminar
    3. Veleidoso me pareces ja ja ja

      Ok, para ti el papel de dandy, pero... ¿ni siquiera un citroën cabrio? ¿o un peugeot? ¿mazda? jooooooo

      Eliminar
  2. Así que los estereotipos clásicos funcionan... como se enteren los de lós blogs de seducción...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿Estereotipos clásicos? ja ja ja
      No creo.
      A la nena le cayó en gracia el madurito, que supo desplegar sus encantos.
      A la nena el parné le importa un pito.
      Volverá a su vida lejos de descapotables, esmóquin y hotelazos ja ja ja

      Eliminar
    2. Claro, todas esas cosas fueron detalles circunstanciales, como dirían en un juicio de serie americana.
      Aplicaré la presunción de inocencia hasta oír el veredicto.

      Eliminar
    3. ja ja ja
      ¿Qué te molesta en realidad, Torpeman?
      ¿Crees que ella se lo tiró por dandy?

      El dandy usa las armas a su alcance (la juventud ya no es una de ellas). Y ella sintió curiosidad. Y la curiosidad es lo que te lanza hacia otra perona. Siempre.

      Pero puedes culparla de oportunista. ¡Para lo que le va a importar! ja ja ja.

      (Por cierto, esos gurús que citas no tienen n.p.i. del arte de la seducción. Pero ya aprenderán ;) )

      Eliminar
    4. No solo no me molesta, sino que me gusta.
      Aún me falta para la fase dandy, así tengo tiempo de ahorrar para que mi próximo descapotable tenga asientos de cuero. Lo malo es que son dificiles de limpiar.

      No me atrevo a juzgar los gurús de la seducción, es un tema que no domino lo suficiente. Soy torpe, ¿recuerdas?

      Eliminar
  3. Ya aprenderemos ya... con textos tan ilustrativos como éste..

    -Tropa, vayamos a las puertas de los casinos con un cabrio serie 6! Id aprendiendo francés!
    jjajajaja

    Pero bueno, como fantasía femenina no está mal. Reúne unos cuantos ingredientes de reina de colmena.
    1) Haces algo prohibido (tu amigo te esperaba y te tiraste al pudiente desconocido). Una auténtica femme fatale.
    2) Te sentiste poderosa, oscuro objeto de deseo. El poderoso galán se hubiera puesto a ladrar si tú se lo pides.
    3) Todo sucedió en francés. Esto también suele ser bastante típico XD

    Bonne nuit!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ja ja ja, Macarronazo, eres total. Pero si tú supieras el por qué de esta historia...

      Hombre, prefiero en francés que en japonés, qué quieres que te diga: parece que escupen al hablar ja ja ja. Y el alemán es demasiado gutural para mis delicados oídos ja ja ja

      Además, un español con cabrio y asientos de cuero no echa un polvo en su coche no vaya a ser que se ensucien: voilà la diference!! :P
      Saludos!!

      Eliminar
    2. Eso explica la chaqueta sobre el asiento.. ¡estaba pegajoso!

      Eliminar
    3. ¡Por favor, Torpemán!, vale que estés verde de envidia y no te gusten los franchutes, pero el potentado tiene quien le limnpie. Ella, simplemente, tuvo una deferencia hacia él por seguirle el juego.
      ¡Ay, si la envidia fuera tiña ja ja ja!

      Eliminar
    4. Me has pillado.
      Me muero de ganas por que un dandy francés me lleve a dar una vuelta en su descapotable, y que me susurre al oído "je connais un magnifique endroit sur la côte, mon cher, pour observer le lever du soleil..."

      Eliminar

Tu opinión me interesa. Es tuya.