miércoles, 13 de junio de 2012

Nyotaimori


       La luz de la ciudad escintilaba tras los cristales, grandes ventanales en lo más alto de un edificio de lujo. Si pudiese girar la cabeza vería la pequeña piscina iluminada de la terraza, en la que no podía reflejarse la luna, oculta por la polución. Siempre pensó que estos locales se cobijarían en sótanos algo sórdidos, de paredes enteladas de rojo y luces mortecinas, pero la verdad es que la luz era casi hiriente cuando se presentó allí. Cuando Virginia se lo mencionó, se echó a reír. ¿Estás loca? ¿Por quién me tomas? La chica le dijo que no había nada deshonroso en ello, que era un trabajo como otro cualquiera. Como otro cualquiera, no; no quieras hacerme pasar por boba. Yo no podría, ni loca; además mis padres se mueren del disgusto si se enteran.

Pero estaba desesperada. Y sus padres, muy lejos.

Ahora la luz no es tan intensa, el fulgor de las lámparas del techo está tamizado por telas que cuelgan como hilos de seda. Así se siente ella, como una pequeña oruga inmóvil, a la espera.

Le gustaría girar la cabeza y contemplar la estampa nocturna de la ciudad, atisbar o imaginar la bahía al fondo, pero debe permanecer inmóvil, así que deja viajar a su mente cara a ella, hacia el agua oscura en la que chapotean botellas de plástico y latas vacías arrojadas por borrachos que mascullan letanías ininteligibles. Si camina por el margen derecho y se adentra en la ciudad tras cruzar la plaza oval, llegará a sus oficinas. Tres meses ya que cruzó sus puertas por última vez. Tres meses sin verlo. Ahora estará saliendo del trabajo. Con frecuencia ella iba a recogerlo y después cenaban tortilla y calamares fritos en el bar de Antón. Abre los ojos y ve a Miriam colocando el sashimi y el sushi sobre las hojas adheridas a su cuerpo. Le pide a la muchacha que le rasque la nariz. Ella sonríe y parece decirle, tranquila, ya queda poco. Él había sido sus ojos, su boca, su guía. Y ella se había entregado a él sin recelos ni resquemores, ciegamente. Pero ahora debía olvidar, olvidar. Olvidarlo a él, olvidar este ático de lujo tenuemente iluminado ahora. Volvió a caminar por el puerto, aspirando el olor a petróleo y sal marina, que a ella le parecía fragancia cuando paseaba de su mano. Se detenían en el pequeño jardín de los columpios y ella dejaba que él la empujase. Cerraba los ojos y elevaba los pies al cielo, pequeño rectángulo encerrado entre altos edificios. Escuchó de pronto el cambio de música y el murmullo de voces que se acercaban. Ya estaban allí. Ellos. Tragó saliva y apretó más los párpados. Se sentaron a su alrededor. Sentía las respiraciones sobre su cuerpo desnudo. Con el entrechocar de los palillos, se enredó de nuevo en sus recuerdos. El apartamento de Nando era minúsculo, de una sola habitación y un remedo de baño. Cuando llegaban, ella siempre se ofrecía a preparar un té que se enfriaba sin tomarlo. Los hombres hablaban bajito, de la bolsa, de acciones y de una mujer llamada Erika, que al parecer, era una perra. De pronto se callaron y ella imaginó que la observaban descarados. De nuevo le picó la nariz y para no pensar en ello, regresó a sus citas con Nando. Él le soltaba el pelo liso y negrísimo y aspiraba su fragancia. Ella le rascaba la barba castaña y el pelo ensortijado. Las ropas caían al suelo y él le hacía cosquillas en el cuello hasta que ella se arrojaba en la cama para esquivarlo. Entonces el joven le atrapaba un pie y jugueteaba con él mientras ella le observaba sonriente y enamorada. A veces lo llevaba a su boca y chupeteaba uno a uno sus deditos, introduciendo la lengua entre ellos, provocándole escalofríos de placer. Subía por sus piernas y se demoraba en su coñito apretadito y húmedo. Luego ascendía hasta sus senos pequeños y los besaba con delicadeza para acabar mordisqueando sus pezones. Era entonces cuando ella le tironeaba del cabello para apartarlo de sus tetas y besarlo con la boca llena. Se aferraba con sus piernas a sus caderas y lo alentaba a penetrarla. Lo sentía pleno dentro de su cuerpo menudo. Adentro y afuera, adentro y afuera, pujante, decidido y tierno, mientras ella lo besaba, lo besaba, lo besaba una y otra vez.

Tembló al tiempo que el hombre de su izquierda la pinchó con los palillos.

-私は申し訳ありません。彼は損傷か。
-いいえ

*-Lo siento. ¿Le he hecho daño?
  -No.


Uol Free
Nyotaimori


3 comentarios:

  1. Muy bueno... pero sigo opinando que, a pesar de ciertos refinamientos y maravillas, estos japoneses están locos.
    Un beso.

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  2. Hay mucha diferencia cultural entre nosotros y se nota. (Se entiende que lo digo en el buen sentido)

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  3. Seguía un blog de españoles/as que estudian en Japón y flipaba mucho. Sobre todo con el profundo racismo de la sociedad nipona, enmascarado bajo una máscara de cortesía impecable. Pero aún así me fascina, alguna vez tengo que mostrarte mis caligrafías (Shôdo) y contarte mi experiencia en un monasterio Zen, pero en privado.
    Kisses.

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