jueves, 18 de agosto de 2011

El espejo

        Ella se observaba en el gran espejo frontal. Debía concentrarse para controlar la respiración, espirar en el momento de mayor tensión, poco a poco; inspirar al echarse hacia atrás, controlar los abdominales, conseguir un vientre plano. Descanso. La verdad es que su abdomen estaba bastante duro y tenso, se dijo. El problema era su culo, su culo desparramado y bailón. Nada de esas bolas respingonas que estaban de moda ahora. Y entonces la miró. A ella, a la veinteañera de mechas rubias pulcras, mallas negras y body rosa. La pija que no sudaba ni se despeinaba; la niñata a la que el maquillaje no se le deshacía en churretones con el sudor. Se nacía así, estaba segura; era imposible que tras una hora de ejercicio duro, la pija no estuviera colorada, ni despeinada, y su maquillaje se mantuviese impoluto, su máscara de pestañas inalterable, su sombra de ojos  impecable. Era imposible, sólo las pijas flacas tenían esa capacidad. Ella sudaba, se le soltaban mechones de la coleta y ya ni llevaba los ojos pintados si no quería acabar pareciendo un cuadro expresionista. Suspiró. La pija no tenía culo, literalmente; espalda, cintura y trasero convergían en una línea recta que parecía dibujada con tiralíneas para continuar con los femorales, gemelos y rematar en los calcaños. Cuando llegaba al gimnasio con su pantaloncito vaquero de marca, éste parecía bailarle en el cuerpo. Sin embargo, ella se sentía una mujerona, con su estatura, su cintura marcada, su cadera potente, sus curvas, su culazo y sus muslos resistentes.  El vaquero se le pegaba al cuerpo como una segunda piel, le ceñía las rotundas caderas, le bailaba en la cintura. La profesora ordenó sentarse y con los codos estirar los aductores. A través del espejo la observaba, a ella, a la pija. Nunca sería como ella, por muy delgada que estuviese. Con esas uñitas siempre con la manicura recién hecha, la melena colocada, el labio repintado. Y sin embargo... y sin embargo ella amaba su cuerpo, juguetón, apasionado, contundente. Suspiró.  ¿Por qué a los hombres les gustaban esos cuerpos longilíneos? Desnuda, la pija daba grima, un esqueleto andante. Se le marcaban las costillas por delante y por detrás, se le hundía el vientre y se perdía en la zona de las ingles. Pero vestida le gustaba a los hombres, tan glamourosa. Claro que ellos no la veían en el vestuario, con el sujetador push up que elevaba unos senos diminutos; aunque la sorpresa fue aquella braga con relleno de glúteos. No podía ni imaginar que existiese tal cosa. ¿Para qué mantenerse al borde de la inanición si después se rellenaba artificialmente todo lo que se le negaba a la comida? Pero así estaban las cosas. A veces se preguntaba qué haría la pija cuando en la intimidad con un hombre se despojara de todos aquellos postizos. ¿Se decepcionarían ellos o ni se fijarían? ¿Era algo admitido y consentido? Bueno, lo más probable es que la pija se pusiese tetas dentro de poco; flacas in extremis y con mucha teta, era lo que se llevaba. Ni naciendo de nuevo sería ella así. Suspiró de nuevo. La monitora ordenó ponerse a cuatro patas frente al espejo y elevar una pierna estirada hacia atrás. Entonces, a través del espejo y al fondo de la sala, lo vio. Un chico la observaba desde el ventanal que separaba la sala de musculación. Se puso colorada. Seguro que miraba su culazo, que horror. Deseó que acabara la clase, que el chico no estuviese al fondo, que no tuviese un panorama tan esclarecedor de sus nalgas fondonas.

     
     ¡Qué buena está! ¡Qué cintura tan marcada, qué culo impresionante, lo que será eso en movimiento sobre mí! Está toda coloradita, seguro que también se pone así de sonrosada en el orgasmo. Buff, se me está poniendo morcillota sólo de imaginármela montada sobre mí. O a cuatro patas como está ahora, sujetar esa cinturita y desfondarme en ese culo, dios. Y no como la pija, que parece un palo de escoba y va de tía buena. ¡Los cojones, buena está ésta! ¿Y si le entro y le pido el teléfono? Vaya, me ha pillado. Da igual, la titi está de miedo, qué loba.

Uol Free
  

2 comentarios:

  1. Ahora que no me oye nadie, cuando estamos en el vestuario todas juntas... me doy cuenta de que no es oro todo lo que reluce y que vaya cambio una vez se quitan la ropa. Entonces me pongo en la piel de un hombre que se acuesta con una chica diez y se levanta con algo que se parece vagamente a lo que creía... definitivamente no me extraña que acabe triunfando lo auténtico y natural, por mucho que luzca lo prefabricado.

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  2. No sé, no sé... si fuese así, no querrían todas ser pijas flacas ja ja ja.
    Lo del gato por liebre lo sabemos nosotras: a ellos les cuelan todas :P
    Pobres!

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