domingo, 3 de julio de 2011

Las bolas

No podía apartar los ojos de ellas, aquellas bolas desbordantes, incoherentes en aquel torso estrecho y flaco. Ella era bajita y delgada, frágil por más que hacía pesas para intentar ganar volumen en aquellos brazos flaquitos como sarmientos. Por ello sorprendían más aquellas bolas que se había colocado y que ella se empeñaba en mostrar con escotes imposibles e incompatibles con la práctica deportiva.  No podía apartar los ojos de ellas, aquellas bolas impostoras que apuntaban hacia el cielo y se desbordaban por los laterales del torso estrecho y flaco de la chica. En realidad, nadie podía apartar los ojos de ellas, incrédulos al pensar qué coño le había pasado por la cabeza a aquella criatura para deformar su cuerpo de aquel modo. Sin embargo, ella no lo interpretaba así y más se empecinaba en mostrarlas, aunque le costase mover el cuerpo, como si todavía no se hubiese acostumbrado a aquel peso exagerado que la inclinaba hacia delante.
En el vestuario, seguía sin poder apartar los ojos de ellas, aquellas bolas desorbitantes que se mantenían impasibles a cualquier movimiento, como si estuviesen rellenas de cemento armado: no se bamboleaban al liberarlas de la atadura del sostén, que menudo sostén, qué cazos gigantescos y horrendos, qué refuerzos laterales, qué anchura en la cinta posterior. Por eso las contemplaba en cuanto ella no miraba,  mientras se secaba los finos tobillos o las pantorrillas, y aquellas bolas no se inmutaban, imperturbables al movimiento de su compradora. Qué pena, pensaba, con lo hermosa que se vería con unas tetas proporcionadas, seguramente las suyas propias, porque la chica era linda, de cabello negro y cortito, porque no era una tipa despendolada que se opera para hacer barra en un show. Sin embargo, la chica se había comprado unas bolas tan grandes que se juntaban ofensivamente en el centro de un torso demasiado estrecho para aquellos volúmenes. Y ella se paseaba orgullosa, empeñada en mostrar un canalillo que no era tal sino una masa rígida, porque si las compró no va a ser para que no se noten, qué pecado, aunque eso hubiese sido imposible. Y mientras nosotros no apartábamos los ojos de aquellas monstruosidades, ella, inocente, imaginaba que envidiábamos su nueva anatomía, sin valorar siquiera que la compadecíamos, porque hay que estar bien descontenta consigo misma para condenar a un cuerpo a soportar eso y a obligarlo a sufrir nuevas operaciones cada diez años para reponer aquellas bolas infames. ¿Cuántas veces hasta la vejez, cuatro o cinco? Pobre cuerpo mutilado por cicatrices, sólo para lograr miradas equivocadamente interpretadas.

Uol Free

5 comentarios:

  1. Dudaba, pero me has convencido. Ya no me pongo bolas. Se ven horribles.

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  2. carlos te felicito pienso igual de las mujeres q lo hacen pierden encanto es como antinatural q pena por ellas skipe carlosgelves1

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  3. Al natural mucho mejor, di que sí!!
    http://www.intimsecrets.com/

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  4. Estuve un tiempo liado con una chica que había tenido que operarse para reducir pecho, y aun así lo tenía grande. Decía que, antes de la operación, el peso le generaba problemas de espalda. Era una chica bajita, guapa y de buen tipo, pero por lo que sea había desarrollado naturalmente una talla monstruosa.
    Quizá la chica del relato tampoco haya comprado esas bolas.

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    1. Eres muy positivo, Cristian y eso es bueno. Pero el lenguaje corporal y la actitud de una mujer que se ha reducido el tamaño de sus senos porque tenía problemas de salud y/o estéticos es diametralmente opuesto al de una mujer que se ha puesto bolas. Claro que... (y voy a decir un tópico)... los hombres no se fijan en esas cosas de los gestos y la actitud porque están prestando atención a otras ...cosas de la muchacha :P
      Besotes!!

      Por cierto, he acabado de leer "Nos vemos allá arriba" de Pierre Lemaitre y te lo recomiendo.

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