viernes, 29 de julio de 2011

EL POTORRO

          Habían follado con ganas y pasión. Fue un encuentro a altas horas de la madrugada, cuando ya nadie piensa en encontrar un mirlo blanco, cuando ya sabes que en el after hours sólo quedan los borrachos babosos y material de reciclaje. Pero vas igual porque no te apetece irte a casa, porque te vas a tomar la última o te insisten las amigas. Ella bailaba frenética dando saltos y en un giro chocó contra él, que se rió y le tomó las manos para seguir juntos con los brincos. No estaba nada mal para el ganado que había a aquellas horas, cuando ya se da la noche por perdida. Había sido un encuentro imprevisto, pero se gustaron y los dos tenían ganas. Habían follado con ansia y ardor. Ahora en el cuarto hacía calor y ella se estiró cuan larga era, tratando de aprovechar algún frescor en las sábanas arrugadas. Él jugueteaba por allá abajo, medio cuerpo fuera de la cama, y le rozaba con la yema de sus dedos el borde de las ingles provocándole un dulce cosquilleo. Ella forzó el cuello para mirarlo. Lo sintió azorado, como si quisiera decirle algo y no se atreviera. Le sonrió para animarlo. Entonces él se lo dijo. Que hacía mucho tiempo que no veía uno así. ¿Así? Así, normal, con vello. Ella soltó una carcajada. Y él le dijo que se había excitado mucho al verlo, un potorro con pelo, que no sabía que le había dado a las tías ahora, que se lo quitaban todo, y te llevabas tremendas sorpresas, desde la que no tenía nada y le hacía sentirse un  pedófilo, hasta la que lo tenía rectangular, qué horror, parecía una flecha indicando el camino. Ella se reía con las explicaciones. De verdad te lo juro, un coño con pelo, recortadito, algo rebajado y depilado por los bordes, sí, como el tuyo, pero con su pelito y su suavidad, incluso sus ricitos. Que yo no sé por qué se hacen figuras allí abajo, corazones, estrellas, tiritas, que mucho brasileiro será pero es un horror. Parecen todas stripers o actrices porno. Ella no sabía donde meterse. Él seguía fascinado mirando su coño. Que raras sois las mujeres, siempre pensáis que nos gustan cosas raras. Ella tiró de él hacia su boca, lo atenazó con las piernas y lo mordió en la boca. Él se excitó de nuevo y la erección fue evidente. Y mientras ella dirigía la polla hacia su vulva le dijo “ya me explicarás después cómo conoces tú tantos tipos de potorros”. Y se rió.

Uol Free

lunes, 25 de julio de 2011

TIROLESAS

  
    Lo reconozco, no voy a negarlo: me pone imaginarme follando en un altillo de un pajar austríaco con unas gorditas rubias tirolesas. 
 
Para algunos es una ofensa a Heidi y al abuelito oliró-liró, pero yo recuerdo unas viejas pelis en las que el protagonista se cuela en el pajar y dos robustas rubias lo secuestran y se lo benefician sí o sí. Y eso me la pone dura. Dos hembras rubias y regordetas como las alemanas picaronas del show de Benny Hill. Me imagino como senderista puro y austero llegando a la cabaña de la ladera en un verano cálido para aquellos lares. 
Me acerco para pedir agua y asoma una linda y sanota chica tirolesa, con su vestidito tradicional de pronunciado escote donde asoman unos generosos pechos blancos. Me ofrece un pichel de cerveza fría y un queso de oveja riquísimo. Yo no aparto los ojos de sus lorzas firmes y de sus trenzas rubias. Ella sonríe y no hace más que rozarme cuando pasa a mi lado para traerme los alimentos. Es una descarada y me encanta. Me imagino que habla con ese tono que le ponen en las pelis dobladas al español imitando el acento alemán. Cuando acabo mi queso y el pan de semillas, me toma de la mano y me dice Kommen Sie mit  y me arrastra al pajar, donde el heno recién segado huele aún a hierba fresca. Me empuja sobre la paja y se echa sobre mí con un revoloteo de faldas y enaguas coloridas. Sus brazos atenazan los míos y me besa el cuello; su lengua coloniza mis orejas y se apodera de mi boca. Cuando consigo apartar un poco el rostro, sofocado, ella se suelta el corpiño y afloja las cintas de la blusa blanca. Sus tetas son grandotas, de pezones grandes y rosados. Huele a leche dulce o a mí me lo parece. La tengo tan hinchada que el pantalón me va a reventar. Ella me toca el paquete abultado y ríe ja ja. Ich werde ficken. Ni pajolera idea de lo que dice pero me lo imagino, sus manos van al pan. Cuando me suelta el cinturón le deshago las cintas del cabello y ese pelo tan rubio, casi blanco, se desparrama como oro en mis manos, me siento un rey. Tironea del pantalón y husmea en mi entrepierna. Mi polla sale disparada apuntando al norte como un resorte recién engrasado. Le señalo sus faldas y dice ja ja. Se las saca y su cuerpo blanco, fornido y hermoso parece nata sobre el pajar. La volteo y me apresuro a saborear tanta crema. Es clara como luna, es como un merengue que me empacha, ¡qué rica, que sabrosa la aldeana! Es entonces cuando escucho risas ahogadas; me despego de las tetazas de la moza y miro al altillo de la cabaña. Otra rubia tetona, que no teutona,  asoma sus trenzas y su boca hermosa entre la alpaca almacenada. Tiene briznas en el cabello y la descarada se estaba tocando lasciva mientras nos espiaba. Le sonrío y miro a la derribada. También sonríe y ruego a los cielos que se cumpla mi deseo. La desnuda me abraza y me aprieta con sus piernas mientras me dice al oído Sie zu dritt? Ojalá que sea lo que pienso y respondo ja ja, así me maten. Mi otra rubia de trenzas baja del altillo y se echa a nuestro lado, me siento hot dog entre mayonesa fresca. Miro a una, miro a otra, las dos tan hermosas y ansiosas que siento que he muerto y resucitado en algún Edén arábigo. Beso los senos de una, la otra me lame la espalda. Me lanzo al ataque y a cuatro patas chupeteo la pepitilla de la espía, que la tiene ya muy inflamada, gime y se retuerce mientras se pellizca los pezones erectos. La otra está detrás de mí y me lame los cojones, se gira y asoma la cabeza entre mis piernas intentando alcanzar mi polla, pero ésta está pegada a mi vientre y no la alcanza.  ¡Nunca me he sentido más potente! Estira entonces la mano diestra y me hace una manola que me pone loco de todo. No sé a cuál tirarme antes, las dos son quesitos cremosos, pero viendo que la espía se las arregla bien con sus manos, me echo sobre mi seductora y se la endiño bien encajada. Ella se retuerce y dice mehr, mehr. Ni dudas, ésta quiere más y le doy lo que me pide al tiempo que amaso sus carnes nada magras. El grito de la espía me hace girar el rostro, está colorada, tiene las piernas rígidas, las puntas de los dedos de los pies aferrando hilos de paja. Me suelto de la mía, que protesta un poco, y entro en la otra para sentir las convulsiones de su vagina, que rodea mi picha y me aprieta emocionada. Ella se da la vuelta y me cabalga. La otra intenta sentarse sobre mi cara para que la relama. Tiene buen control de sus piernas y algo alcanzo aunque me asfixio y ella decide acabar sola. Yo pongo a la espía a cuatro patas y me descargo sobre ella aferrado a sus grandes jacas. ¡Dios, qué lindas hembras, qué voraces, qué sanas! Y nos tumbamos los tres, yo en medio, ellas escoltándome, sus risas son como cascabeles de cabras. Tomo sus oros en mis manos, los miro a contraluz, me dejaría ahorcar por sedas tan blancas. Ellas me miran, moreno, y sonríen ja ja. Decidme, ¿acaso es esto algo malo?

Uol Free

domingo, 24 de julio de 2011

Fantasías

Fantasías. Muchas y de diversos tipos.

¿Tan tímidos sois que no me dejáis comentarios?

Vosotros/as estimuláis mis fantasías. Decidme al menos qué reacción provoca en vosotros estos relatos. ¿No? Seguiré con mis historias. La puñetera estadística de las entradas jamás ha funcionado, así que ignoro cuáles os excitan más. En todo caso, lectores míos, seguiré a lo mío, canalizando a Eros, que me posee cada día.

miércoles, 20 de julio de 2011

El Guerrero

Había huido con su morral tras los primeros gritos de advertencia. Sola en el mundo, a nadie debía nada. Corrió a las cuevas ocultas del cerro al que su padre la llevaba de niña para que las conociese. Otros sabían de su existencia, siempre alerta ante las invasiones del Este.

            La nieve había dificultado su avance pero ella conocía bien como llegar a la más grande y laberíntica. Cuando embocó la gruta, ya la oscuridad lo cubría todo y a lo lejos resplandecían antorchas amenazadoras. No quiso ver, no quiso oír. Se introdujo siguiendo las indicaciones tantas veces oídas y seguidas, incluso con los ojos cerrados. Se desvió varias veces de la nave central y se escondió en una abertura disimulada de la pared. Allí se sentó, esperando. En las entrañas de la tierra el silencio era total; hasta allí no llegaban los gritos y el estruendo de la desigual batalla que en la aldea se desarrollaba. La joven se durmió. Cuando despertó, no supo cuantas horas habían pasado. Pero decidió permanecer en el lugar, aunque se levantó y caminó un poco para estirar las piernas. No parecía que nadie más se escondiese en ese mismo lugar, quizás lo hiciesen en cuevas más cercanas: habrían tardado en escapar, quizás recogiendo las escasas pertenencias o reuniendo a la prole. Sintió hambre, cerró los ojos. Pensó en su padre, ya muerto. Pensó en sus consejos y en su mirada melancólica cuando le recordaba lo mucho que se parecía a su madre, a la que ella no conoció, pues murió en el parto. Cuando despertó de nuevo, decidió salir de la cueva. Era de noche otra vez, el silencio era total, no se advertían fuegos ni antorchas. Poco podía hacer, así que se sentó en la boca de la cueva, esperando al alba.

            El sol se asomó por oriente frente a las cuevas. Parecía un día tranquilo y feliz, pero ella sabía que la muerte estaba allá abajo, en su aldea. Se acercó hasta sus lindes con precaución, por si escuchaba los gemidos de los heridos, pero el silencio era total. No entró en la aldea, nada la retenía ya allí. Se dirigió al sur, entre los árboles. Llevaba apenas una hora caminando cuando lo vio.


    Era alto y fornido e iba a pie llevando las riendas del caballo de la gigantesca mano. En la derecha aferraba una corta espada de aspecto pesado y temible. No consiguió ver sus ojos, tapados por la celada del yelmo, pero la boca era hermosa, de labios gruesos y bien delineados, resaltados por la barba y el bigote, cortos y bien cuidados en los que ya asomaban algunas canas. La nariz era recta y todo él emanaba fuerza y sensualidad. La joven se ocultó tratando de ver qué hacía el guerrero. Miraba al suelo siguiendo un rastro. Entonces ella se dio cuenta de que el hombre cojeaba. Él pareció presentir algo porque alzó la cabeza y miró hacia donde ella se ocultaba; ella dio un respingo cuando él alzó la visera. Incluso desde esa distancia percibió el azul acerado de sus ojos. Era un hombre muy hermoso, pero para ella igual era terrible y peligroso. El guerrero siguió caminado y ella aguardó a que se alejase. Tenía mucha hambre, pero la nieve impedía arrancar hierbas o frutos comestibles. Comió un poco de carne seca del morral, con miedo a consumir sus escasas provisiones. Decidió alejarse del guerrero desviándose hacia el suroeste, siguiendo el arroyuelo medio helado. Estaba inclinada bebiendo en sus aguas cuando presintió el peligro. Él la miraba impávido y a ella se le desbocó de miedo el corazón. Se puso de pie de un salto y trató de cruzar el arroyo, pero sus pies se hundieron en la nieve y el hielo y se cayó. El agua estaba tan fría que no pudo ni gritar. Se sintió torpe y estúpida allí caída, atrapada como anguila en nasa. Se levantó y las ropas mojadas y pesadas la arrastraron de nuevo al agua. Él seguía sin moverse, sentado en la grupa del imponente caballo. La joven lo miró impotente y desesperada. Se quedó paralizada de terror cuando él azuzó el caballo hasta el arroyo y con ligereza la alzó tomándola por un brazo. Al notar el contacto, la joven no lo pudo evitar y se desvaneció.
 
            Sintió calor. La tarde estaba avanzada. Un fuego vivo era la fuente de calor y el guerrero comía un conejo que había asado en él. La miró serio. Ella, extrañamente, no sintió ahora miedo. Estaba tumbada y tapada por pieles que suponía del hombre. Se ruborizó al comprobar que no estaba del todo vestida. Su saya gruesa y el manto estaban secándose al lado de la hoguera sobre unos palos. El hombre siguió su mirada pero no hizo ademán de levantarse para acercarle la ropa. Ella se arrebujó en la piel y se levantó. La saya estaba seca e intentó ponérsela sin soltar la piel. Casi lo había logrado cuando la piel cayó y la desgastada camisa reveló sus senos llenos y rosados. El guerrero dejó de masticar pero no hizo ademán de moverse de su sitio. Ella pensó que lo que fuera que viese ya lo habría hecho a su antojo cuando la despojó de las ropas empapadas, así que no era momento de enojarse. Se cubrió con el manto y lo miró orgullosa. La seriedad del guerrero la inquietaba. ¿Por qué se hallaba solo? ¿Dónde estaban sus compañeros? ¿No era acaso uno de los invasores y destructores de su aldea? Se sentó mirando abiertamente al resto del conejo asado pero sin atreverse a pedirle al hombre un pedazo. Entonces el guerrero se alzó y se lo ofreció. Ella lo aceptó e hizo un gesto de agradecimiento antes de comerlo intentando no quemarse. El guerrero seguía observándola y le acercó un cuenco con agua. Después volvió a su lugar. Aún cojeaba. Desató las tiras de cuero de sus polainas y descubrió una herida lacerante cerca del tobillo. El hombre lavó la herida con agua. Su rostro no traslució dolor y aunque la herida era fea no parecía infectada. El guerrero, agotado, se reclinó en otra piel y miró al fuego. Ella acabó de comer, satisfecha, e hizo lo propio. Lo observó desde el otro lado de la hoguera. ¿Quién sería aquel hombre? ¿Por qué no la había atacado? ¿A dónde se dirigía? El guerrero acercó la espada a su lugar, ella vio el puñal en el cinturón. Después el hombre cerró los ojos y se durmió. Ella tardó en hacerlo. Miró el cielo despejado, con estrellas brillantes. El aire gélido le recordó lo precario de su situación. No tenía a nadie ni nada. ¿Era prisionera de este guerrero? ¿La haría su esclava? Dormido, lo observó con atención. Aún era joven pero su rostro reflejaba sufrimiento. El cabello alborotado y castaño era abundante, pero en la cuidada barba ya asomaban las canas. Su piel era firme y sin arrugas, mas no sabría calcular su edad. Suspiró. 

            Cuando despertó, el guerrero había desaparecido y con él el caballo y sus armas, pero le había dejado las pieles que la cubrían y un morral con carne seca. El fuego hacía horas que se había pagado. Había nevado débilmente y casi no se percibía el rastro del caballo. ¡Ahora sí que estaba desconcertada! Y por primera vez sintió ganas de llorar.

            Se puso en camino, de nuevo hacia el sur. Ya no era necesario apartarse del guerrero.  Se sentía triste sin saber muy bien por qué. A mediodía paró para descansar. No se notaban rastros humanos por ningún sitio. Sabía que a otros dos días de camino había una aldea. Esperaba fervientemente que no hubiese sido asaltada por los mismos diablos que habían destruido la suya. La historia se repetía desde hacía cientos de años. Quería viajar más al sur, donde había civilización y de donde los mercaderes traían objetos que ella jamás había visto por allí. La noche llegó pronto y se levantó viento frío del norte. Pensó en el guerrero. Hizo un pequeño fuego y se tumbó en la piel que él le había cedido. Las lágrimas acudieron a sus ojos. Quizás si hubiese aceptado la propuesta de matrimonio de Urul ahora no se vería en esa situación. Pero ella no lo amaba y nadie podía obligarla, muerto ya su padre. Las suaves pisadas de un caballo sobre la nieve la sobresaltaron. El guerrero había regresado y la miraba impasible. Descendió y lo ató a un árbol. Rompió unas ramas y alimentó la hoguera que chisporroteó  alegre. Se quitó el yelmo. Él se acercó a ella más que nunca y observó sus lágrimas. Echó la piel al suelo y se tumbó a su lado. ¿Por qué había regresado? El guerrero la miró con intensidad. Sus ojos azules brillaban con el resplandor del fuego y ella se llenó de un calor extraño. Se giró hacia la hoguera para que el hombre no percibiese su turbación ni su alegría por su vuelta. A lo lejos aulló un lobo y la joven tembló. Él se aproximó a su espalda y le trasmitió su calor. El guerrero tomó entre sus dedos un mechón de sus cabellos y comprobó su suavidad para acabar acercándoselo a la nariz. Ella se volvió y posó las yemas de sus dedos sobre los labios del guerrero. Llevaba todo el día pensando en ellos, ahora se daba cuenta. El hombre la atrajo hacia si y la besó con ardor. Sus manos enormes rodearon su cintura y la alzaron  sobre él para  no aplastarla. La joven se apretó contra su cuerpo. Él la besaba en el cuello y soltó las cintas de la camisa liberando los senos llenos y turgentes que el guerrero atrapó entre sus labios. Ella se retorció anhelante. Las manos del hombre se deslizaron entre la saya, acariciando las desnudas nalgas. Ella se soltó asustada y el guerrero le habló por primera vez, susurrándole palabras desconocidas. Tenía una voz hermosa, algo grave. La besó de nuevo y ella respondió a sus besos con pasión. Después rodaron y él acarició el vientre de la mujer, alcanzando su entrepierna. La joven abrió mucho los ojos, sorprendida, y él insistió en los besos. Ella se atrevió entonces a acariciar el pecho del guerrero, quien se sacó la piel de lobo que llevaba para que ella sintiese el calor que lo abrasaba. La joven besó aquel pecho que atravesaban varias cicatrices y lo acarició. Él se soltó el calzón y tomó las manos de ella para que lo tocase en su hombría. Ella lo miró interrogándolo y clavó sus ojos en los azules de él. Su miraba era tierna y ansiosa y ella tomó el pene del guerrero entre sus manos y se dejó llevar por su intuición, rodeándolo entre sus palmas. Él gimió y ella notó como aquello crecía aún más. El hombre la observaba y decidió que era el momento. La tomó entre sus brazos y sujetándola por las nalgas desnudas bajo la saya la giró colocándola bajo él. La besó de nuevo, sofocándola, y después miró sus senos, tan hermosos y henchidos, antes de entrar en ella, que se agarró a su espalda, tan ancha y fuerte. La joven ahogó un gemido de sorpresa y se pegó más a él. El hombre se movía dentro de ella mirándola y susurrándole cosas que ella no comprendía. Un nuevo calor se expandía dentro de ella y un instinto tan antiguo como el tiempo la impelía a retorcerse y a mover las caderas en cada acometida. Ahora era ella la que gemía y la que se arqueaba pidiendo más. El guerrero continuó hasta la extenuación y después eyaculó dentro de ella con un gruñido convulso antes de desplomarse suavemente sobre la joven. Ambos estaban cubiertos de sudor bajo las pieles de oso. El guerrero se apartó y la abrazó. Su mirada ya no era huraña, seria ni triste. Sonrió y una pareja hilera de dientes fuertes y sanos la deslumbró. Ella le devolvió la sonrisa y pensó que descubriría la historia de aquel guerrero que le había robado el corazón.

Uol Free

lunes, 18 de julio de 2011

Los hombres de antes

A mí que me den un hombre de los de antes. Un hombre que se excitaba ante la sola contemplación de un tobillo de mujer. Un hombre al que la testosterona le salía por las orejas si atisbaba la protuberancia de unos senos, no digamos si captaba el inicio de un canalillo en el escote. Un hombre que veía en cada hembra una diosa que conquistar. Los de ahora están saturados de tetas, coños, piercings y tatuajes. Y la testosterona se va por el sumidero de la cerveza, el fútbol y tanta hembra solicitando sus atenciones. Pocos hombres para tanta loba. Así nos va.





Siempre me he preguntado si serían reales aquellos hombres, los de antaño, los que yo no he conocido. Mira que eran feos y cómo se esforzaban en la conquista. Imagino que tanta represión sexual fomentada por el catolicismo más estricto hacía de ellos unos insaciables, al menos con la mente, y no como los de ahora, que mucha boquita y poca faena.

Cuando pienso en los hombres de antaño recuerdo las películas de José Luis López Vázquez o las de Alfredo Landa. Mira que representaban personajes paletos y feos, pero llenos de vigor sano y deseo carnal. No me salen de la cabeza aquellos arrumacos que el bigotudo de López Vázquez hacía arrimado a cualquier hembra mientras le decía con su soniquete típico “yo por usted hago lo que sea, LO QUE SEA”. Hombres que se tenían que esforzar por rendir a la dama, por seducirla y enamorarla. Vale que todo eso está muy anticuado y responde a una idea machista en la que la mujer es presa del hombre, pero no nos engañemos, ellas manejaban el cotarro y decidían con quien llegar a la cama o no. Y al menos ellos se esmeraban y con tanto acoso estaban pletóricos de potencia viril. También es cierto que eran muy jóvenes, en general, porque a los 35 años estaban todos casados y ésa ya es otra película, la de la apatía sexual de los casados, la apatía con sus señoras esposas, quiero decir, pero en fin, ese tema dará para otro dardo. Hoy en día, en cambio, se presupone que un hombre todavía tiene que estar potente y con espléndidas erecciones a  los sesenta o setenta y claro, las cosas no son así, no son así casi ni a los cuarenta. Y de ahí el hambre de las lobas.













Pero estos hombres de antaño, feos y salidos, no lo eran sólo por tierras celtíberas. He visto películas suecas de los años sesenta y, dios mío, eran terribles aquellos hombres inexpresivos y feos, pero que machotes, ja ja ja. Lo mismo puedo decir de algunos bigotudos mexicanos, por nombrar ejemplos del otro continente. ¿Qué ha pasado? Supongo que lo de siempre, que lo queremos todo. Y es imposible aunar aquellas fieras sexuales sin llevar adosada toda la mentalidad machista que hacía de las mujeres unas aburridas amas de casa en cuanto el macho las metía en casa con un anillo de oro en el dedo. ¿Y quién quiere eso en el siglo XXI? Nadie. Pero yo no puedo dejar de reírme al ver a López Vázquez decirle a la rubia "soy su admirador, su amigo, su esclavo,  su siervo”.


Uol Free

sábado, 9 de julio de 2011

SEXOCHAT

YO: Así que no has ido de fiesta?

LAURA: No, te estaba esperando.

YO: De verdad? Hummm, eso suena bien. Y entonces, me vas a decir por fin cómo eres?

LAURA: Bueeeeeno.  Pero tú primero....

YO: Ja ja ja, cómo eres, está bien. Pues  mido 1metro 85 cm. Tengo pelo y ojos castaños... qué más quieres saber?

LAURA: Haces deporte?

YO: Sí, voy al gimnasio cuatro veces por semana.

LAURA: Guauuuuu, así que estás cachas, eh?

YO: Te gustan los cachas?

LAURA: A quién no! Pero estás cachas o no? Anda, di...

YO: Bueno... hago pesas, supongo que sí.

LAURA: Dios, un cachimán!! Cómo me gustaría tocar tus músculos...

YO: Uy, que picarona... los músculos o el músculo? :P

LAURA: Ja ja ja.... hummmm... Y qué tal estás de ESE músculo? ;)

YO: Te gustaría verlo?

LAURA: Verlo y tocarlo....

YO: Ok, pero primero dime cómo eres tú...

LAURA: Ja ja ja, de acuerdo... pues tengo el pelo muy oscuro...

YO: Melena?

LAURA: Sí, una larga melena oscura de cabello ondulado pero no rizo.

YO: Guauuuu. Y qué más?

LAURA: Ojos verdes.

YO: En serio?

LAURA: Claro, tan raro es?

YO: No, tía, es que me derrito sólo de imaginarte. Cuántos años tienes?

LAURA: 26, y tú?

YO: 32. Oye, ¿y cuánto mides?

LAURA: Casi 1,70 cm.

YO: Tía, es que me estás poniendo loco. Eres mi tipo ideal.

LAURA: De verdad?

YO: En serio, lo que daría por besarte ahora  mismo!

LAURA: Hummmm, pues bésame.

YO: Muacccc, ja ja ja. Oye, y de... delantera... cómo vas?

LAURA: que guarrillo!!! Tengo una 100

YO: Dios...., es que tengo que tenerte ya!!!!!!!

LAURA: ¿Y qué me harías?

YO: Te tomaría en brazos y te besaría la boca

LAURA: hummm, qué gusto! :)  Pero no me has dicho cuánto te mide la polla? Es grande?

YO: te arreglarías con 20cm?

LAURA: síiiiiiiii, dios, que gusto!!! :))) Y qué vas a hacerme??

YO: te arrancaría la ropa y te besaría esas tetazas que tienes

LAURA: vaya.... eres una pequeña bestia, eh?

YO: síiiiiii

LAURA: Y yo te tocaría el paquete, te sacaría la picha y te la chuparía toda.

YO: Tía, me estoy empalmando

LAURA: Eres un diablo... ¿ya...?

YO: Anda sigue... que más me harías?

LAURA: La metería hasta el fondo de mi garganta, te la lamería toda, te la pondría tan gorda como caballo

YO: que bárbara!!! así la tengo ya!!! :P

LAURA: Y te lamería los cojones

YO: sigue, sigue....

LAURA: Y después me sentaría sobre ti y te cabalgaría

YO: sí sí, y yo te mordería el cuello, te lamería los pezones...

LAURA: hummmm, que rico

YO: y te la metería hasta el fondo, la tengo gorda como caballo

LAURA: síiii, que mala bestia, fóllame toda, penétrame hasta el fondo

YO: me la estoy cascando, ¿sabes?

LAURA: yo también me estoy tocando, es que no aguanto más!!!!!!!

YO: te vas a correr?

LAURA: en cuanto pueda, tengo el chichi que chorrea como fuente

YO: agggg, tía, eres la hostia, cómo me gustas!

LAURA: y tú a mí, ohhhh, me voy a correr

YO: yo también, ahhhhhhh, me corro encima de tus tetas

LAURA: en la boca, espera, córrete en mi boca...

YO: diossss, tía, es que me pones loco.... síiiiiii.... me corro en tu boca

LAURA: aaaahhhhhh, me corroooooooooo

YO: y yoooooooo diossssssss aggggggggggg

LAURA: Tomás, tío, es que me pones boba, tío

YO: oye, de verdad, quiero conocerte!!

LAURA: Ja ja ja, ¿en serio?

YO: que sí, tía, tenemos que vernos

LAURA: bueno... ya veremos... quizás más adelante

YO: ok, no te presiono, pero me tienes loco, de verdad te lo digo, estoy loco por conocerte.

LAURA: ja ja ja, bueno, dame tiempo

YO: vale, pero mañana quedamos otra vez, ok? A la hora de siempre

LAURA: Ok, adiós, fiera, hasta mañana.

YO: besos, niña, bye

LAURA: Bye

YO: bye

PLummmmmmm

Andrés, 42 años, 1,74 cm, calvo, de ojos diminutos tras los cristales de miope, cierra el ordenador portátil. Está excitado. Ojalá pudiera conocer a Laura, piensa, pero sabe que es imposible, qué haría si ella viese como es en realidad. Él nunca podría aspirar a una mujer como Laura, una belleza que ni lo miraría si lo cruzara en la barra de un bar pidiendo una cerveza. Pero ella le gustaba; llevaban semanas charlando en el chat y le gustaba su forma de ser y sus opiniones. Y hoy, bufff, había sido bestial, se le había puesto dura de verdad!!!  ¿Y si la convenciese para que le enviase una foto? O mejor, que se conectara a una cámara. Pero no, no, porque ella le pediría lo mismo y a ver que hacía entonces. Bueno, pues la foto, le podría mandar una de algún tipo de la red. ¿Y si se daba cuenta? No, que dejaría de charlar con él y eso sí que no, no podía perderla. Dios, ¿por qué no podría conocer él a una tipa así? ¡Tampoco era un adefesio! Pero que dices, Andrés, 1,85, cachas, 20cm, ja! Bueno, 16 tampoco está tan mal, joder!!!  Y Andrés se tiró en la cama descorazonado, ya se le había pasado la excitación, ni ganas de hacerse una paja.


A media hora en metro de allí, Ana, alias Laura, se limpió la vulva húmeda. Se había corrido en la silla, nunca hubiese imaginado que se excitaría tanto de esa manera. Si alguien se lo hubiese dicho hacía mes y medio, no lo habría creído. Pero Tomás le gustaba; le hacía sentirse especial. No daba crédito a todo lo que le estaba sucediendo: se había enamorado de Tomás en un chat!! Es absurdo, cómo le voy a gustar yo a un tipo así, un cachas de los barrios finos y además... tan joven!!! Ana se levantó de la silla y fue al baño; se dio una ducha bien caliente y, tras limpiar el vaho del espejo, se miró. Se conservaba bien para sus 44 años cumplidos. En realidad, alguna vez fue aproximadamente esa joven que describió para Tomás, pero qué hacía ella con uno de 32...  ¿Y si quería verla de verdad? ¿Y si le pedía una foto? No, no es posible. Sin embargo, no lo podía evitar, le gustaba Tomás, como hablaba, bueno, lo que decía, sus gustos... y hoy... por Dios, hoy había logrado que ella se corriera masturbándose e imaginándose que él le hacía el amor. Ana se puso un fino camisón y se acostó. Pensó en Tomás, si fuese algo mayor... pero, claro, Laura tiene 26 y yo... no, es imposible, Tomás no es para mí.


Esa madrugada, dos cuerpos tardaron en conciliar el sueño, esperanzados y temerosos ante la llegada de la hora de la próxima conexión al chat.

Uol Free

De la serie sexo, podéis leer Sexo guarro y Sexo oscuro.

martes, 5 de julio de 2011

La silla de Madonna

Su mirada lo decía todo. Para mí estaba muy claro. Siempre cabe la posibilidad de equivocarse, claro, pero hace tiempo que he decidido no temer las meteduras de pata. Escuchar una negativa no es tan terrible. Aún hay capacidad de maniobra y se puede recular, sugerir otras aproximaciones o subir a otras zonas. Por ello me lancé. Olía maravillosamente bien, una fragancia ni cítrica ni excesiva. Besé con pasión aquellos muslos fuertes y torneados, la hendidura de la ingle; con mis manos tomé sus nalgas abundantes y carnosas mas aún firmes, de mujer hecha, carnal y deseable. Ella emitía unos sonidos ininteligibles, mezcla de suspiros y gemidos que no tenía intención de descifrar. Entonces se me ofreció, abriendo más sus piernas y mostrándome su vulva rosada y húmeda. No había errado mi intuición. Decidí saborearla con parsimonia. Deslicé mi lengua por los bordes de sus labios, depilados y suaves, mordisqueé sus pequeños pliegues mientras ella asía mis cabellos. Introduje el ápice de mi lengua en su carne palpitante obviando los tirones de mi pelo, y finalmente me demoré en juguetear con el botón saliente de su clítoris. Ella estaba desatada, arqueaba la columna, movía las caderas haciéndome perder la pieza. Pero yo no me rendía y volvía a atraparla entre mis labios. Su clítoris se estremecía con las vibraciones de mi lengua, se retraía y volvía a sobresalir casi imperceptiblemente. Yo notaba que aumentaba de tamaño, aunque sabía que sólo era la punta del iceberg y que hacía dentro aquello estaba tomando un tamaño considerable. Después acerqué mi dedo corazón y presioné con suavidad pero firmeza haciendo movimientos  de rotación. Ella seguía retorciéndose y gimiendo, estirando las piernas en una rigidez asombrosa, endureciendo los músculos de la pelvis y las nalgas. Cuando los relajaba, yo volvía al asalto con mi lengua y aprovechaba para succionar los jugos que emanaban de ella, cálidos y excitantes. Sentía que estaba a punto de perder el control, mas también mi lengua estaba al límite de su resistencia. Entonces ella explotó y antes de que su último movimiento acabase monté sobre ella y le hundí la polla hasta el fondo, sintiendo como su vagina se apretaba y se relajaba a la vez. Seguí un rato entrando y saliendo de ella con ímpetu, besándola en la boca y traspasándole sus humedades. Ella se agarraba muy fuerte a mí, los ojos perdidos en el interior de sus párpados, gimiendo y atenazándome los muslos con sus tobillos. Cuando ya no pude más, me corrí dentro de ella.  Después me tumbé a su lado y comprobé que sonreía, toda ella sonrosada y caliente. Sólo entonces pensé en la silla de Madonna. ¡Lo que daría yo por tener un aparato como ése para no descoyuntarme las vértebras del cuello! ¡Lo que haría yo con la silla de Madonna!

Uol Free
 

domingo, 3 de julio de 2011

Las bolas

No podía apartar los ojos de ellas, aquellas bolas desbordantes, incoherentes en aquel torso estrecho y flaco. Ella era bajita y delgada, frágil por más que hacía pesas para intentar ganar volumen en aquellos brazos flaquitos como sarmientos. Por ello sorprendían más aquellas bolas que se había colocado y que ella se empeñaba en mostrar con escotes imposibles e incompatibles con la práctica deportiva.  No podía apartar los ojos de ellas, aquellas bolas impostoras que apuntaban hacia el cielo y se desbordaban por los laterales del torso estrecho y flaco de la chica. En realidad, nadie podía apartar los ojos de ellas, incrédulos al pensar qué coño le había pasado por la cabeza a aquella criatura para deformar su cuerpo de aquel modo. Sin embargo, ella no lo interpretaba así y más se empecinaba en mostrarlas, aunque le costase mover el cuerpo, como si todavía no se hubiese acostumbrado a aquel peso exagerado que la inclinaba hacia delante.
En el vestuario, seguía sin poder apartar los ojos de ellas, aquellas bolas desorbitantes que se mantenían impasibles a cualquier movimiento, como si estuviesen rellenas de cemento armado: no se bamboleaban al liberarlas de la atadura del sostén, que menudo sostén, qué cazos gigantescos y horrendos, qué refuerzos laterales, qué anchura en la cinta posterior. Por eso las contemplaba en cuanto ella no miraba,  mientras se secaba los finos tobillos o las pantorrillas, y aquellas bolas no se inmutaban, imperturbables al movimiento de su compradora. Qué pena, pensaba, con lo hermosa que se vería con unas tetas proporcionadas, seguramente las suyas propias, porque la chica era linda, de cabello negro y cortito, porque no era una tipa despendolada que se opera para hacer barra en un show. Sin embargo, la chica se había comprado unas bolas tan grandes que se juntaban ofensivamente en el centro de un torso demasiado estrecho para aquellos volúmenes. Y ella se paseaba orgullosa, empeñada en mostrar un canalillo que no era tal sino una masa rígida, porque si las compró no va a ser para que no se noten, qué pecado, aunque eso hubiese sido imposible. Y mientras nosotros no apartábamos los ojos de aquellas monstruosidades, ella, inocente, imaginaba que envidiábamos su nueva anatomía, sin valorar siquiera que la compadecíamos, porque hay que estar bien descontenta consigo misma para condenar a un cuerpo a soportar eso y a obligarlo a sufrir nuevas operaciones cada diez años para reponer aquellas bolas infames. ¿Cuántas veces hasta la vejez, cuatro o cinco? Pobre cuerpo mutilado por cicatrices, sólo para lograr miradas equivocadamente interpretadas.

Uol Free