viernes, 10 de junio de 2011

El cuartito

         Todo el mundo se había ido a comer, pero yo estaba desganada. Hacía días que un rum rum habitaba mis entrañas y, aunque identificaba su origen, no quise prestarle atención, no quería darle la importancia  que exigía.

Tenía que hacer copias de unos documentos y ya iba mecánicamente a llamar a mi secretaria cuando caí en la cuenta de que ella había salido también a comer; estaría en la cafetería con todos. Quizá también tú estabas allí, leyendo solo en tu mesa, sujetando tu vaso con aquellas manos grandes que me perturbaban. Suspiré y me levanté de la mesa decidida a hacer yo misma las fotocopias. Me subí las mangas de la blusa de seda color caramelo y comprobé que el botón del escote no se había soltado; quizá debería abrirme uno más, a lo mejor así atrapaba tu atención. ¡Pero en qué estaba pensando! Tú y yo ni siquiera habíamos intercambiado tres frases seguidas. Me estiré la falda ajustada y negra que tendía a subirse un poquitín en las caderas. Cogí la carpeta con los documentos y salí al pasillo en busca del cuartito.
Era minúsculo, y la fotocopiadora estaba en la pared frente a la puerta. La dejé entreabierta porque sentía un ahogo que no sé si derivaba del calor algo asfixiante del recinto o de mi interior. La máquina estaba conectada y desprendía luz y calor. Levanté los brazos y me sujeté el cabello castaño con un lápiz al estilo oriental; bucles sueltos resbalaron por mi nuca ajenos a esa sujeción. Observé durante un momento las teclas y opciones tratando de recordar las instrucciones. Entonces percibí tu olor. Mucho antes de notar tu presencia a mi espalda. Esa colonia fresca que arrastras contigo cuando cruzas frente a la puerta de mi despacho y que me torturaba por las noches en mi cama, como si durante el día hubiese impregnado mi cabello y mi piel y se desprendiese claramente en la oscuridad de la alcoba.
Ese perfume estaba allí, pero no me giré a mirar. El corazón saltó loco en la caja de mi pecho. ¿Serían imaginaciones mías? Pero entonces la puerta se cerró muy suavecito y ya estabas pegadito a mí y me susurrabas al oído, “¿Puedo ayudarte? Me pareció que necesitabas ayuda”. Qué insolente, pensé, pero la objeción se disolvió en la bruma de mi atolondramiento. Y ya tus manos buscaba mis senos soltando el botón objeto de mis disquisiciones, y varios otros; y ya tus yemas rozaban el tul de mi sostén negro. Todo, todo lo sacaste en un momento. Y me besabas la nuca, rendida a tus besos, a tu lengua que me quemaba la piel.
Me apoyé con fuerza en la máquina, que seguía imperturbable nuestras evoluciones, incapaz de mantenerme erguida por la excitación que sentía.
Entonces deslizaste las palmas de tus manos por la tersura de las medias negras, apenas una seda casi transparente que coloreaba mi piel; ascendieron lentamente desde la parte alta de las rodillas por la cara interna de los muslos hasta que te detuviste sorprendido al topar las cintas de mi liguero. Un ligero titubeo, un gemido ronco. Con el dedo inspeccionaste sus bordes, rozaste con delicadeza reverencial la carne cálida que dejaba al descubierto. Mas ya no pudiste evitarlo y me levantaste la falda hasta la cintura ofreciéndote toda la carnalidad de mi trasero enfundado en el liguero. La blancura de los muslos contrastaba con  la blonda de las medias y suspiraste ya un poco descontrolado. Mi piel ardía y sin tiempo casi de iniciar una leve protesta me echaste hacia adelante y te frotaste con deseo contra mí gimiendo y susurrándome lo mucho que me deseabas. Entraste impaciente en mi carne palpitante y yo sólo pude desmoronarme sobre la máquina activando su mecanismo. Y así seguimos, tú entrando y saliendo en mí; yo mordiéndome los labios para no gritar de placer y la maquinita emitiendo su severo ruido. Acoplados y sudorosos; me acariciabas la espalda con las manos y las bajabas ansiosas a las nalgas que agarrabas con fuerza mientras me penetrabas algo rudo exigiendo mis gemidos, toda yo fuera de control. Entrabas y salías, furioso y un poco animal, pero atento a la tensión de mis manos asidas a la maquinita.

Nunca más pude volver a entrar en aquel cuartito. 




Uol Free

11 comentarios:

  1. Y él ¿pudo volver a "entrar"?

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    1. Buena pregunta, Guille.

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    2. Mas que una respuesta esto ha sido un regate.

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    3. Tendré que cederle la voz a él, a ver qué cuenta.

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    4. esperemos que sea un caballero y ...

      Noooooo. Que cuente y con detalles.

      Pero estoy seguro que la respuesta está en la prota. Ella sabe.
      ¿Por qué lo habra notado? ¿no?

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    5. A la prota le pone la sorpresa. ¿Tú crees que habrá repetido? ¿Puede haber dos escenas de cuartito iguales? ¿O habrá querido que permanezca indeleble en su recuerdo?

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  2. Puede entrar obviando el cuartito.

    Hay muchas posibilidades de sorpresa.

    El cuartito queda como algo imborrable.

    ...pero ¿quién renuncia a añadir momentos imborrables?

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    1. Oposito a momentos imborrables, pero ya ves cómo está lo de atesorar momentos... crítico

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    2. Confieso que no soy capaz de encontrar oposicion mas sugerente.

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  3. ...desmoronarme sobre la máquina activando su mecanismo.
    ....y la maquinita emitiendo su severo ruido
    ¿Quieres decir que toda la escena (o lo que "veía" la pantalla de la maquinita) quedó fotocopiada en una sucesión de imágenes-fotomatón?
    ¿Las conservas, se las regalastae, o quedaron en la bandeja de las fotocopias para solaz del resto del personal?
    ¿Y no pudiste vover aentrar? Ya entiendo, la jefa, celosa, te despidió para quedárselo en exclusiva.
    Ahhhh!!! Si las fotocopiadoras hablaran...

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    1. Fotocopió principalmente las palmas de mis manos, antebrazos, pechos y hasta cuello y mejilla. Pero se las regalé al macebo para que tuviese de mí un bonito recuerdo. :P

      Vlixes, ¡la jefa soy yo! Y no, no volví a entrar allí por eso, sino porque el cuartito me trae buenos recuerdos que es problable que no se repitan ya que él era becario y ahora está en Alemania probando fotocopiadoras con teutonas tetonas :(

      Esto.. Vlixes, ¿tú tienes fotocopiadora?

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